jueves, 26 de diciembre de 2013

Escritos de juventud

 
 
22 de febrero de 1983
 
Un amor imposible
 
Yo la quiero mucho
y ella me quiere a mí,
pero no sé si con ella me quede
pues no estoy seguro de mí.
 
Me engañé a mí mismo
grande fué mi decepción,
no quiero seguir con ella
pues me rompe el corazón.
 
Ella es buena compañera
si yo la aceptara así
pero como no puedo hacerlo
me voy a tener que ir.
 
Mi corazón está llorando
sufre mucho por mí,
voy a tener que dejarla
si quiero sobrevivir.
 
Yo no sé escribir poemas,
trato de hacerlo ahora.
Cuando me acuerdo de ella
más mi corazón llora.
 
  
Quisiera ser un gran poeta
y muchas cosas escribir
y así de esa manera
poder sobrevivir.
 
Escribiendo me entretengo
aunque no lo haga bien,
si no lo hago me muero
y si lo hago también.
 
Tú me quieres mucho
y yo te quiero a tí
pero este amor es imposible
por favor, no me culpes a mí.
 
 
 
 
8 de marzo de 1983
 
Para conocimiento general
 
Hace tiempo que no escribo.  Voy a intentarlo ahora. 
Ultimamente me he sentido tranquilo (bastante), dentro de mis normales traumas, que aunque son míos pero no es mi culpa.  Sigo pensando que hacer con mi vida en un futuro muy próximo.  Estoy a punto de tomar una decisión que cambiará por mucho mi vida.  Todavía no sé que decida pero algo decidiré.  Dejaré que algunas circunstancias vengan, sea cual fuera el resultado.  Luego de que pasen algunas cosas y de decir algunas cosas tomaré una decisión en base a los resultados de lo que yo diga y haga.  Puede ser que me case, puede ser que me vaya para Miami a estudiar, puede ser que me mude a vivir a Río Piedras yo sólo o también puede ser que no pase nada y yo siga igual que como estoy con muy poca diferencia, pero ésto último es casi imposible, por lo menos lo más difícil de suceder.
 
Mi vida debe dar un cambio, un cambio bastante grande.  El próximo mes, día 3 cumpliré 25 años.  Yo siempre he creído que
 
 
la edad límite para el hombre casarse es hasta los 26 años.  Al decir límite me refiero a promedio normal puesto que creo que después de los 26 años se es un poco viejo si se es soltero.   
 
Estoy contento porque estoy a punto de graduarme.  Recuerdo, cuando no estudiaba ni trabajaba, como mi familia y mis amistades me decían que me fuera a estudiar, a mí no me interesaba, además tampoco me atrevía.  Yo creía que ir a la universidad era algo grande, que solamente unos pocos podían estudiar allí.  Muchas personas creían que yo no iba a ser alguien que pueda llegar lejos y hacer algo grande (ésto último es relativo).  Ahora ya no piensan así, me miran con más repeto, de hecho, me respetan.  Considero que he llegado lejos y he hecho algo grande  pero ahora quiero hacer más y llegar más lejos.  Para eso necesito un cambio y estoy dispuesto a darlo aunque me arriesgue a retroceder un poco por un tiempo.  Llegará el día en que llegue a donde quiero y podré alzar mi voz y gritar ¡Al fín!
 
Inf. A.V.
 
 
   
 

7:00 AM
 
11 de junio de 1983
 
La decisión final
 
 
La decisión está tomada y ya es final. Me caso. Me caso el próximo 10 de julio del 1983  Pensé hacer muchas cosas, hice muchos planes, estaba inseguro pero ya tomé la decisión.

 Todavía no me acostumbro a la idea , a veces me asusta el sólo pensarlo, me dá miedo, de momento me arrepiento, pero otras veces es lo contrario, ansío estar casado, tener mi hogar, una esposa que me espera, me atiende y me dá amor y cariño y trata de comprenderme lo mejor que pueda.  Luego que me  case hare todo lo posible porque nuestro matrimonio sea felíz y duradero, tendremos nuestros problemas, nuestros malos momentos, pero serán más los momentos buenos, agradables y felices. 

Me encuentro pasando por una tensión pre-matrimonial.  Existen muchas razones para ello, tengo miedo, pero la más causante es que no puede suceder las cosas que yo siempre soñé que sucediera, las cosas no serán (de momento) como yo siempre deseé que fueran.  Mi más grande ilusion se ha esfumado, mi orgullo está gravemente herido.  No sé quien tenga la culpa de esto pero para consolarme (a veces) prefiero culpar a la sociedad.  La sociedad que todo lo impone, todo lo dicta, la sociedad que no te permite tomar todas las decisiones que tú quieras.  7:48 A.M.



9:50 A.M.
 
De repente me siento bien, de repente me siento mal.  A veces siento que soy dos personas en un sólo cuerpo.  Acepto cosas y rechazo otras, de momento lo que acepté lo rechazo y lo que rechazé lo acepto.  No sé exactamente cuando estoy bien y cuando estoy mal.  Hay momentos en que la quiero tal y como es pero hay momentos en que no la quiero tal y como ella es.  Aún así estoy dispuesto a casarme con ella porque creo que con el tiempo todo mejorará, yo seguiré cambiando para bien y nunca me arrepentiré de hacerlo.  Pero tengo que aceptar que estoy marcado, estoy cicatrizado y tengo miedo de que nunca se borre esa cicatríz, que perdure toda mi vida y me siga causando problemas emocionales.  Tengo miedo de que no cambie mi forma de pensar y por esa causa seguir buscando lo que siempre he querido tener.  Si me caso y luego encuentro lo que busco ya no tendría derecho a ello, por lo menos a pedirlo, tendría que ser ella la que decida. 


A pesar de todo me siento felíz y me siento emocionalmente tranquilo la mayor parte del tiempo.  Los males (emocionales) que tengo no son recientes, los estoy arrastrando (variando sus causas y efectos) desde hace algunos años (6 aproximadamente) pero ha sido en el último año  y medio que me he sentido verdaderamente mal.  No es mi culpa, tampoco de ella.  ¡Maldita sea la sociedad! 

10:25 A.M.




Próximo, tercera parte:  Radiografía de una mentira

 

sábado, 7 de diciembre de 2013

Anita en el país de las mentiras

Los primeros meses de 1983 fueron para mí de confusión, dudas, nostalgia, inseguridad, frustración, tristeza y alegría.  El cambio se veía venir.  La relación de noviazgo entre mi hermano y la hermana de mi novia alteró nuesta propia relación.  Un año y medio trabajando para la Administración de Corrección fué suficiente para convencerme de querer hacer una carrera profesional en el servicio público.  Cumplir 25 años de edad me hizo reflexionar sobre quien soy y que quiero.  A punto de conseguir mi primer título universitaro.  La pérdida de amistades.  Mi nostálgico re-encuentro con Gloria.  La separación de mi familia.  La pérdida de mi soltería.  Un amor frustrado.  Todo se fué acumulando en mi interior como energía.
 
Todos estos sentimientos se reflejaban en mis primeros escritos.  Las largas horas de soledad y silencio absoluto que pasaba mientras me encontraba trabajando herméticamente encerrado en la armería de Penitenciaría Estatal en horas de la madrugada, mis pensamientos volaban dentro y fuera de mi cabeza.  En mi soliloquio se evidenciaba la intensidad de mis temores.  Algunos sueños se habían desvanecídos y temía que otros también desaparezcan o se queden como simples sueños del pasado.  Por eso comencé a tomar decisiones y forzarme a aceptar los acontecimientos de mi vida con la autopromesa de realizar mi mejor esfuerzo para conseguir un mejor futuro dándole una oportunidad al amor. 

Muchos de mis pensamientos y promesas fueron transferidos a papel con el propósito, además de canalizar las energías, de evidenciar los sentimientos y no olvidar mis propias promesas (síndrome del salvavidas).  Como parte de la evidencia que presento a los lectores de estas memorias para que me juzguen, transcribo en la próxima entrada, de forma fiel y exacta, algunos de los escritos de juventud que aún conservo en su estado original.

A pesar de que nuestro noviazgo tuvo una duración de un año y siete meses (11 de diciembre de 1981 al 10 de julio de 1983) y de que ambos fuimos aceptados desde el inicio del mismo por las respectivas familias del otro, nunca tuvimos un noviazgo de compromiso formal.  Nunca hubo la tradicional petición de mi parte solicitando "la mano de su hija".  Nunca hubo una sortija de compromiso en manos de Adeline, que evidenciara a conocidos y no conocidos que ella se encontraba en una relación formal de noviazgo.  Tampoco hubo previamente encuentros entre sus padres y los míos.  La única reunión semi-formal que ocurrió entre ellos fué forzada por la proximidad de la boda varios días antes de su realización.  Todo esto hacía evidente que nuestra relación estaba basada en el presente sin comprometer el futuro.

Cada día y cada semana que pasaba nos acercaba más al momento de unir nuestras vidas para siempre (¿?) y nos obligaba a actuar con más rapidez e intensidad sobre los preparativos.  Esto me motivó (tal vez debe decir, me obligó) a realizar mi primer préstamo personal utilizando los beneficios que brindaba el servicio publico a sus empleados. 

Este beneficio de fácil acceso a préstamos personales, hipotecarios, para autos, para enseres del hogar, culturales, por desastres naturales y otros, que brindaban organizaciones como la Asociación de Empleados del Estado Libre Asociado, el Sistema de Retiro de los Empleados Públicos, Cooperativas, y otras, provocaba entre los mismos empleados que estas organizaciones querían beneficiar, una dependencia a ellos que generaba un nivel de vida por debajo de las expectativas.  Estos préstamos fáciles y rápidos, con renovación casi automática, desvirtuaba   el propósito por los que fueron creadas estas organizaciones debido a que los mismos se acumulaban unos sobre otros y al ser deducidos del sueldo del empleado reducía el mismo a un sueldo neto de pobreza progresiva.  Como servidor publico fuí testigo y parte de los miles de empleados que cada año veían reducerse el sueldo, obligándolos a renovar el préstamo y caer así en un círculo vicioso.  Casi la totalidad de los gastos incurridos en nuesta boda fueron cubiertos por mi préstamo personal adquirido de los beneficios del servicio publico, incluyendo el alquiler del traje de novia.  Ella decidía casi todos los asuntos relacionados a la boda excepto, por no poseer recursos, los económicos. 

Aprovechando que ella había decidido que la misma se realilzara un domingo por la mañana, yo decidí que sería una boda económica que cubriría solamente la escenografía básica con la que ella quería mentirle a todos.  También, como realidad propia, mis sentimientos eran que yo no tenía nada que celebrar, que estaba siendo complice de una mentira, que mis sueños se perdían para nunca más volver.  Por esta razón, decidí que no quería guardar recuerdos de ese momento, y alegando que el presupuesto, producto del préstamo, no alcanzaría para cubrir los costos de un fotógrafo profesional, le advertí a Adeline que no contrataríamos los servicios de algún fotógrafo para ese día.  Esa decisión la tomé de manera unilateral.  A pesar de que en mi familia siempre existió la tradición de guardar los recuerdos en fotos y de que yo, siguiendo esa tradición, poseía mi propio album de recuerdos, me negué a incurrir en costos de un fotógrafo que sólo cumpliría el propósito de perpetuar una mentira.  Por ser el fotógrafo una parte importante en cualquier celebración como ésta, pensé que ella no estaría de acuerdo con mi decisión y buscaría alguna alternativa que le permita presentar su espectáculo completo, pero no fué así.  La sorpresa me confundió cuando ella aceptó no contratar fotógrafo, no mostró ningún interés, no buscó alternativas y no se ofreció para su familia incurra en ese gasto (ni en ningún otro). 

Sangre pesa más que agua.  El apoyo familiar es también una parte importante en estas y otras actividades.  Cuando posteriormente le notifiqué a mi familia que no habría fotógrafo en mi boda, no todos aceptaron la decisión.  Sin consultarlo, mi hermana Iris contrató y costeó los servicios de un fotógrafo profesional para cubrir la comedia.  Esa muestra de amor familiar me ubicaba en una incómoda situación porque no podia decirles que tanto el novio (yo) como la novia (Adeline) no interesaban poseer esos recuerdos.  Por no tener opción, acepté que Iris contratara un fotógrafo para perpetuar la mentira blanca, pero seis meses más tarde Adeline aceptó que destruyéramos ese album de fotos. 

Porque mi sentimiento era que no tenía nada que celebrar, utilizé como subterfugio la situación económica (la cual era real debido a que ella ni su familia aportaron para los preparativos), para tampoco realizar otras actividades inherentes a una boda formal: no compramos Champagne ni ninguna bebida alcohólica, no alquilamos salón de actividades y no hicimos nada que pueda parecer una luna de miel.

Fué mi cuñado Vidal, el esposo de Iris, el que aportó las cervezas que se consumieron en nuestra boda.  El local que utililzámos para celebrar (sin fiesta)  fué la marquesina de mi hogar, y lo consumido provino de mi familia, con las atenciones especiales de Kino y Blanca.  La no realización de la luna de miel fué una decisión personal que no estaba dispuesto a transar ni aunque hubiera abundancia de dinero.  ¿Que función cumplía?  ¿Cual hubiera sido el propósito?  A pesar de todo, dos de los símbolos más representativos de una boda sí estuvieron presentes, la sortija y el bizcocho. 

Una ceremonia nupcial no termina hasta que el novio coloca la sortija en el dedo de la novia.  Esto hace que ese simbolismo sea indispensable en toda celebración.  Mi sentimiento de no celebración (ausencia de deseo genuino) y el presupuesto limitado, le restaron importancia a mi interés por la adquisición de una sortija matrimonial.  Por eso acordamos que ésta no podia ser costosa.  Pero me sorprendió observar que existía en el mercado algunos modelos económicos que se ajustaban a nuestra realidad.  Aunque salimos juntos a comprarla, yo escogí la sortija que encontré más barata, como nuestro amor.  Mientras tanto, delegué en mi madre los arreglos para el bizcocho y ella a su vez le encargó su preparación a otra persona.  Por accidente de la vida, esa persona resultó ser también parte de mi pasado. 

El día 10 de julio de 1983 en horas de la mañana, me encontraba preparando la vestimenta para ese día cuando llegó con el bizcocho la persona a la que mi madre contrató para su confección.  Sintiendo curiosidad, salí de mi habitación a mirar.  Al observar a la mujer no pude contener mi sorpresa y escapándose un grito pregunté, ¿Miss Santiago?  Era mi maestra de Ciencia Física en la Ponce High School.  Fué una agradable sorpresa para todos.  Mi madre no sabía, ella tampoco.  Luego de la sorpresa nos saludamos y sin ocultar su alegría me pregunta por Gloria.  Le conté que habíamos tenido contacto recientemente, conversamos un poco sobre ella, me obsequió un descuento por su trabajo y se despidió, dejando atrás para siempre esa etapa de mi vida. 

Desde que comenzó el noviazgo entre Ramón y Maritza, compartíamos los cuatro casi todas las actividades que realizábamos.  Pronto ellos se convirtieron en los únicos amigos que teníamos en común mi novia y yo.  Por eso no fué difícil para Adeline escogerlos como padrinos de boda.  También decidió que un amigo de su hermana sería el conductor del auto que nos transportaría luego de la ceremonia, en la acostumbrada caravana.  (Esto lo menciono sólo para recordar que ella decidía todo).  Otro asunto que tuvimos que resolver fué su traslado de la Universidad Católica de Ponce al Puerto Rico Junior College en Río Piedras.  Habíamos decidido que ambos continuaríamos estudiado.  En el proceso yo me encargué de entregar en el Junior College los documentos que ella tenía que someter.  Esto me condujo a un nuevo descubrimiento: ella no estaba asistiendo a la universidad y se había dado de baja en algunos de los cursos.  Esto lo hizo utilizando nuevamente el argumento de que esos cursos no le gustaban.  ¿Que hacía entonces después que yo la dejaba en los portones de la Universidad Católica?  ¿Que hacía mientras yo me encontraba en Río Piedras?  Fueron pocos los créditos universitarios que pudo transferir al PRJC por lo que realmente tuvo que comenzar de nuevo casi desde cero. 

Entre todos los preparativos de boda que tuvimos que realizar y entre las situaciones que nos vimos obligados a resolver, hubo tres que marcaron mi vida para siempre porque por años traté de olvidarlos y perdonarlos,  pero no lo logré.  No lo hice (olvidar) porque no podia hacerlo sólo y ella no me ayudó.  Estos momentos fueron: 1) charla pre-matrimonial 2) selección del traje 3) despedida de soltero. 

La Iglesia Católica también exige como requisito de boda, que toda pareja tiene que asistir a una charla pre-matrimonial antes de su celebración.  La ausencia de deseos genuinos para casarme y mi alejamiento de la iglesia me hicieron desafiar esa norma y le comuniqué a mi novia que no asistiría a esa reunión de parejas.  Estaba convencido de que ni la iglesia , ni ella dejarían  pasar la oportunidad de celebrar la boda por no asistir a esa charla.  Estaba seguro de que nada pasaría y mi decisión era firme.  Pero Adeline sabía como involucrarme en sus conversaciones con temas delicados y/o perjudiciales; su tono de voz cambiaba, sus palabras eran cuidadosamente seleccionadas, sus agresiones verbales desaparecían, escuchaba más y hablaba menos.  No sé como lo lograba pero siempre me hacía cambiar de opinión.  Sólo por complacerla, asistímos a la charla pre-matrimonial que se celebró un domingo en el teatro de la Universidad Católica.  Ese día mi actitud era de "no me importa".  Pero poco a poco el orador pudo cautivar mi atención logrando que yo saliera satisfecho de la conferencia.  Sus palabras se han borrado de mi mente, pero no así los recuerdos.  Todavía recuerdo la pregunta que el conferenciante dirigió a todas las parejas que allí asistieron, "¿Que respeto puede sentir un hombre hacia una mujer que ha tenido relaciones sexuales con su novio antes de casarse?"  Con sus palabras logré entender mejor mis propios sentimientos; no me encontraba sólo.

La selección del vestido de novia era otro de los asuntos a resolver.  Sobre ésto ella conocía mis sentimientos y había aceptado mis condiciones de no utilizar velo y corona.  Argumentando una vieja tradición que dice que el novio no puede ver a la novia con el traje de boda antes de la ceremonia, Adeline no permitió que yo estuviera presente en el momento que lo escogió a pesar de que fuimos juntos para eso y de que yo pagué su costo.  Por eso, al salir del local conversamos un poco y desconfiando de ella le pregunté que había escogido para utilizar en su cabeza con el vestido.  Su respuesta fué la que yo quería escuchar, -Nada-.  Aunque mi desconfianza quedó intacta, nuevamente estaba obligado a creerle.  Pero nuevamente ella demostró su adicción a la mentira.

Los días previos a nuestra boda estuvieron cargados de preocupaciones, temores y ansiedad.  Esa acumulación de tensión me ponía dubitativo en relación a si debía continuar con el proceso.  El pensamiento de cancelarlo todo siempre estaba presente, pero la idea de que tenía hasta el último momento para hacerlo me servía de excusa para no actuar.  Mientras tanto la tensión continuaba acumulándose hasta estallar en violencia mutua. 

El único hecho de violencia física que existió entre nosotros en nuestra relación de más de 20 años ocurrió una semana antes de nuestra boda.  Recordándole a los lectores que me encuentro bajo solemne juramento de decir la verdad, sólo la verdad, y nada más que la verdad, expongo con detalles los acontecimientos de ese día para que sean ustedes los que declaren su veredicto como jueces de mis acciones (nuestras acciones).

Tradicionalmente, las personas antes de casarse reciben una despedida de soltero/a que es organizada por amigos/as y familiares y la misma casi siempre se realiza una semana antes del enlace matrimonial.  Como he expuesto anteriormente , mi novia era una joven con pocas amigas y pocos lazos emocionales con su familia extendida.  Por ese motivo, nadie tomó la iniciativa de organizarle una despedida de soltera, ni siquiera su única hermana.  En contraste, mi círculo de amistades era extenso y variado.  Una semana antes de la boda, nos encontrábamos conversando en el balcón de su hogar cuando se acerca por la callejuela un vehículo grande, modelo Cougar, color verde, que se detiene frente a nosotros.  Inmediatamente reconocí el mismo, era mi amigo Rodolfo Echevarría para invitarme a reunirme con todo el grupo de amigos que estarían esperándome esa noche en La Guancha.  Aunque él nunca utilizó la expresión "despedida de soltero", por su insistencia en mi presencia, todos sabíamos que ese era el propósito oculto.  Mientras Rodolfo y yo conversábamos, mi novia escuchaba en silencio.  Aceptando la invitación, acordamos  que ellos esperarían por mí para reunirnos más tarde en el lugar acordado.  Pero tán pronto Rodolfo se alejó, Adeline rompió su silencio para decir con toda su "autoridad", -Tú no vás para ningún lado.- Comenzó a manifestarse nuevamete el diabólico ser que residía en el interior de su hermoso cuerpo de mujer.  Como si hubiera sido ofendida en grado superlativo, ésta especie de la variedad del género femenino, manifiesta su desagrado con esa invitación y utilizando argumentos negativos y en manifiesto desprecio hacia mis amistades, me prohíbe que me reúna con ellos.  Casi al mismo tiempo que comenzámos a discutir el tema, ella se había acomodado sobre mi regazo mientras yo me encontraba sentado en uno de los sillones.  Esta cercanía y contacto físico entre nosotros no impidió que la conversación se tornara hostíl cuando yo comencé a sentirme (una vez más) molesto con las opiniones que ella explayaba sobre todos mis amigos y amigas.  En la medida que la  hostilidad verbal aumentaba, sale de entre sus argumentos el  nombre de Gisela, la novia de Rodolfo.  Estando nuestra discusión en su punto de ebullición y todavía sobre mi regazo, ella me grita con la misma autoridad, -TU NO VAS PARA NINGUN LUGAR DONDE SE ENCUENTRE ESA PUTA-  Con estas palabras mi molestia se convirtió en ofensa, luego en corage, y finalmente creo que sentí odio.  "El odio es el amor frustrado". Tomas Merton. 

Ese sentimiento de odio se manifestó claramente al repeler sus palabras.  ¿Que conocimientos o experiecias diferentes tenía ella para auto descalilficarse de ese gremio?  Ella nunca entendió que sus propias palabras me obligaban a percibirla como la puta que ella proyectaba en otras.  Por eso, al escuchar sus repulsivas palabras reaccioné como resorte y a la misma vez que le gritaba - SALTE DE AQUI - procedí a sacarla bruscamente de mi regazo rechazando su contacto físico estirando mis brazos para obligarla a alejarse de mi persona.  Refraseando la expresión con menos retórica, diría que, "la saqué de un empujón".  El sentimiento diabólico que invadió mi ser me obligó a rechazarla al sentir que su concepto de lo que era una puta rebotaba contra el viento y la impactaba a ella.  Desde ese momento comencé a asociar la palabra puta con todas las actividades que ella realizaba conmigo y las que había realizado en el pasado con Papo y Alberto.  ¿Que diferencias había?  Que lo explique ella.

Con mi empellón logré repercutir su presencia pero al sentirse sacudida reaccionó también como resorte y estirando su brazo derecho con intención y propósito, logró impactar parte de mi rostro, que a su vez provocó en mí otra reacción.  Estirando rápidamente mi brazo derecho en línea recta y con la palma de mi mano abierta, impacté su frente de por encima de sus cejas.  Habiendo llegado nuestras reacciones a esos extremos, estaba convencido de que si en ese momemento cualquiera de los dos hubiera vuelto a reaccionar con alguna otra forma de violencia, el daño a nuestra relación hubiera impedido su continuación.  Por eso procedí inmediatamente a retirarme de su hogar llevando conmigo nuevos sentimientos de odio,  los cuales no he podido desprender de mi ser.

A pesar de mi frustración y sentimiento de odio, la maldita mujer  logró intimidarme y "decidí" no asistir a mi propia despedida de soltero junto a mis amigos para no empeorar la difícil situación en la que caímos.

Con el corazón en la mano, deposito ante ustedes, mis lectores, la realidad de los hechos y con la paz y la tranquilidad que siente un moribundo luego de confesarse en su lecho de muerte, me someto a su juicio.

 

domingo, 6 de octubre de 2013

Diosa de la mentira

Cualquier cosa es buena, dijo el diablo, y me llevó a mí.  1983 año del cambio.  Año en el que fuí absorbido por la mentira.  Año en el que le mintieron a Dios. 

Desde que comencé a trabajar como guardia penal fuí asignado de forma permanente al puesto de la armería de  la Penitenciaría Estatal en los turnos nocturnos de 10:00 pm a 6:00 am. Esto me ayudó en mis estudios universitarios porque me dió la oportunidad de prepararme para los exámenes a la misma vez que laboraba en mis funciones.  También me permitía reflexionar sobre mi vida y mi futuro.  Fué ese mismo año que realicé mis primeros escritos en algunos momentos de reflexión dentro de la armería.  La mayoría de ellos se basaban en inseguridades personales y en decisiones que tenía que tomar.  Otros trataban asuntos relacionados al ambiente de trabajo.  Algunos de estos escritos no sobrevivieron, pero unos pocos todavía se conservan en su estado original. 

Los primeros meses de ese año transcurrieron para mí de forma rutinaria.  Mientras en Río Piedras estudiaba, trabajaba y me hospedaba, en Ponce tenía mi hogar, familia, novia y amistades.  Podia decirse que tenía dos estilos de vida diferentes, aunque ambas debidamente sincronizadas y en armonía. 

Mi placer por las actividades playeras fué siempre una debilidad desde mi temprana juventud.  Por eso no esperaba a que llegue el verano para disfrutar de ellas y por ese motivo, en febrero de ese año le comuniqué a mi novia mi deseo de ir con ella a la playa.  Aunque aceptó la idea, no logramos ponernos de acuerdo en el momento apropiado para compartir un día en la playa solos.  Pasaron varias semanas y continuábamos sin lograr escoger un día para esa actividad.  Esa situación me disgustaba porque ella siempre decidía el como, cuando y donde, de todas las actividades que realizábamos juntos.  Mi disgusto fué en aumento y llegando el mes de marzo  el nivel del mismo me obligó a hacerle una advertencia, "Si tú no quieres ir a la playa dímelo porque yo voy sólo".  Sin saberlo, con estas palabras estaba abriendo las puertas del infierno. 

Como toda pareja de novios, Adeline y yo habíamos fantaseado en varias ocasiones sobre como seríamos en matrimonio, cuantos hijos tendríamos y como serían estos, ¿blancos, colora'os, narizones, pecosos, varones, hembras?  Pero ninguno de los dos tomaba el tema con seriedad.  Mi realidad era que yo nunca lo había pensado seriamente, pero me encontraba consciente de que a punto de cumplir  mis veinticinco años de edad debía de hacerlo porque siempre había pensado que la edad de veintiseis años era la más apropiadamente tarde para llegar al matrimonio.  Ella tampoco inició nunca con seriedad, alguna conversación dirigida, o en relación a convertir nuestro noviazgo en un matrimonio en ley.  Nunca antes habíamos conversado para finalizar nuestra relación en una boda.  Nuestra actitud siempre fué la de dejar pasar el tiempo.  Tampoco sentía presión alguna de sus padres o cualquier otra persona.  Pero el tiempo cumple su parte.

Ante mi insistencia, llegó el momento apropiado y acordamos el día en que iríamos a la playa y comenzamos a planificar todo lo relacionado para disfrutar de un día de playa solos por primera vez.  Pero como consecuencia de la rutina por el tiempo que llevábamos de novios, olvidé un detalle por no considerarlo importante pero que sí lo era para ella.  Mientras hacíamos los arreglos para la playa me recuerda que tengo que pedirle permiso a su madre porque sin la autorización de Doña Elena no puede salir sóla conmigo.  Sus palabras causaron en mí un efecto negativo que aumentaba mientras conversábamos sobre eso.  Me negué.  No sentía que tuviera alguna obligación de solicitar el permiso de su madre. 

Por mi propia personalidad y crianza, yo no acostumbraba a pedir permiso a mis padres para realizar cualquier actividad propia de la niñez, adolescencia, juventud, ocasión o etapa.  El único permiso que en mi hogar se acostumbraba a solicitar era para uno comerse la comida de otro.  Mis hermanas, mi hermano Ramón y yo tomábamos siempre nuestras propias decisiones como hijos(as) mientras Kino y Blanca tomaban sus decisiones como padre y madre, sin confrontamientos.  Pero como todo en la vida tiene excepciones, le pedí permiso a Doña Elena y Don Adrian en muchas ocasiones para salir con su inocente, juvenil y virginal hija, y respetando la voluntad de ellos.  Pero eso fué así sólo hasta que descubrí que no existía esa inocente, juvenil y virginal  niña de la que creí enamorarme.  ¿Con que moral esa concubina del diablo me dice que pida permiso para salir juntos?  ¿Acaso pedíamos permiso cuando decidíamos ir al Motel Nuevo México para tener relaciones sexuales?  ¿Pidió ella permiso para salir con Papo y con Alberto?  ¿Pedía ella permiso cada vez que se desviaba de la escuela y la universidad para sus distintas actividades?  El único propósito de solicitar permiso era para continuar engañando a sus padres y seguir aparentando inocencia y virginidad, pero esa era su mentira, no la mía.  Sintiéndome molesto por su exigencia me negué rotundamente a cumplir con la misma y le advertí que pasaría a buscarla según acordamos para ir a Playa Santa en Guánica, con autorización  o sin ella de parte de sus padres.  Si ella prefería pedir permiso de su parte, se arriesgaba a  una acción negativa y la advertencia estaba hecha, "...con permiso o sin permiso vamos para la playa." 

Ambos estámos conscientes de que su madre no autorizaría esa salida solos ella y yo.  No lo haría porque era una salida muy evidente ante la mirada de los vecinos de la callejuela que provocaría el chismorreo en el arrabal.  Pero Doña Elena sí permitía que saliéramos solos cuando pensaba que no afectaría la imagen de su familia como lo era salir en grupo o llevar a su hija a la universidad, sin imaginar (¿sin imaginar?) que su hija pecaba desde los quince años con personas del mismo barrio que ella tanto despreciaba.  Salir solos a la paya afectaría la imagen de su familia dentro del mismo barrio en el que residen pero del que la familia no estaba integrada por creer estar en un nivel socio-educativo superior que no les permitía mezclarse con los demás por no ser iguales. 

Frente a mi actitud desafiánte, Adeline se intimidó y aceptó mis condiciones.  Según lo acordamos, pasé a buscarla temprano en la mañana el día escogido y sin bajarme del auto me detuve frente a su hogar.  Inmediátamente ella salió, se subió al mismo y nos dirigimos a Guánica.  Allí disfrutamos solos de un bonito y romántico día en la playa sin interrupciones y en armonía con el ambiente, como era mi deseo.  Permanecimos en el lugar casi todo el día y con la llegada de la tarde se acercaba el momento de regresar; se acercaba el momento de enfrentar las consecuencias; se acercaba el momento de ella sóla enfrentar las consecuencias de sus acciones porque yo mantenía mi posicion de no dar explicasiones a su madre de las decisiones que yo tomaba.  Pero estaba consciente de que lo que hacíamos traería alguna consecuencia.  A lo hecho, pecho. 

Regresando a su hogar en horas de la tarde íbamos conversando animadamente pero conscientes de que nuestra acción provocará alguna reacción.  Según nos acercábamos más a su hogar, sabíamos que teníamos que hablar ese asunto para justificar nuestra acción frente a los cuestionamientos de su madre.  Pero aunque mi justificación era real y totalmente válida en el plano personal, no podia defenderme con la verdad porque estaría poniendo en evidencia la doble vida que llevaba su hija Ana Adelaida Rodríguez Pérez.  Sin proponérmelo, estaba convirtiendo sus secretos en mios porque me avergonzaba de su pasado y me afectaba pensar que yo fuera señalado como el idiota que le dió alas a la serpiente. 

Llegando exáctamente al punto de donde partimos, detuve el vehículo frente a su casa sin estacionarme y con el motor encendido, me despedí de ella  y esperé a que se bajara del auto, pero no lo hizo.  Con el disgusto dibujado en su rostro me cuestiona en forma de pregunta si no me voy a bajar para acompañarla a entrar a su hogar.  Manteniendo mi posición de no dar explicaciones, me negué a acompañarla.  En un intercambio de impresiones me acusa de querer dejarla sóla en ésta difícil situación que yo temía enfrentar.  Confrontando nuestras diferencias, ambos nos encontrábamos firmes y molestos.  Mi posición era clara: si me negué a pedir permiso, ¿porqué tengo que dar explicaciones?  Pero también era claro que ella acusaba cobardía de mi parte y aunque eso no era correcto, yo no podia evitar que lo pensara.  Finalmente accedí.  Incómodo con la situación, la acompañé a entrar a su hogar pero ambos permanecimos en el balcón conversando y esperando que algo ocurra.  Sabíamos que cualquier cosa que suceda sería determinante para el futuro de nuestra relación.  Utilizando una metáfora deportiva puedo decir que, en nuestro juego, nos encontrábamos empatados en la segunda del noveno, con las bases llenas, dos out, tres bolas y dos strikes.

A sólo semanas de cumplir mis veinticinco años de edad, sentí por primera vez la humillación que sienten los niños pequeños cuando son regañados por sus padres, con la diferencia de que no eran los mios los que me ragañaban.  A pocos minutos de llegar a su hogar y mientras conversábamos en el balcón, se abre la puerta que da acceso al interior del hogar, y con el rostro casi desfigurado por su molestia, surge detrás Doña Elena quien inmediatamente me ordena, "A...(mi nombre) entra que tenemos que hablar contigo."  Yo era el novio de su hija, ¿porqué llamarme a mí y no a ella?  ¿Porque pedirme explicaciones a mí y no a ella?  Ejerciendo su derecho, pudo correrme de la casa como lo hizo con Alberto, ¿porqué no lo hizo conmigo? 

Nunca he tenido dudas del aprecio que sentía la señora Elena Pérez Medina conmigo.  Siempre fué respetuosa y educada.  Se preocupaba por los peligros de mi trabajo, me aceptó en su hogar, conversaba con seriedad y bromeaba en ocasiones.  Puedo decir que fuí bendecido teniendo a Doña Elena como suegra.  Sin importar lo que me dijera, yo nunca hubiera tenido el atrevimeinto de ser irrespetuoso con ella.  Por eso cuando me ordenó que entre a la casa, mi actitud fué pasiva.  Pero yo no me había preparado para dar explicaciones, no tenía argumentos válidos para ella que justificaran nuestra acción. 

Mientras la hija permaneció sentada en el balcón, la madre me conduce hasta su propia habitación en la que se encontraba Don Adrian sentado esperándonos, pero la verdad es que su presencia fué casi desapercibida.  En la habitación había una silla vacía que aparentemente esperaba por mí (la silla de los acusados) porque ella también me ordenó, "Sientate."  Inmediatamente la madre de mi novia comienza con firmeza a increparme y a manifestar su coraje por el atrevimiento que tuve de llevarme a su hija para la playa sin solicitar autorización, y solos.  Exigiendo respeto para su hogar (algo que yo no cuestiono), me dijo que nosotros no podemos hacer eso sin su autorización e inmediatamente trae su preocupación mayor, "¿Que ván a pensar los vecinos?"  Con la molestia evidente en su cara, con firmeza y con respeto, se mantuvo varios minutos hablando mientras yo sólo escuchaba y Don Adrian observaba.  Sin bajar la intensidad, continúa exigiendo respeto recalcando que nosostros no podemos hacer lo que nos dé la gana.  Los minutos que duró ese llamado a interpelación fueron para mí infinitos. 

Es más fácil pedir perdón que pedir permiso,  pero yo mantenía una posición de no pedir perdón de la misma manera que no pedí permiso.  Tampoco quería dar explicaciones.  Sólo quería que terminara ese momento de incomodidad para mí y pensé que la manera más fácil para salir era aceptando con mi silencio todo lo que ella diga, pero encontré una manera más fácil de salir de esa situación.  Sin ceder ni un ápice en su reclamo, Doña Elena continuába expresando firmemente su descontento con lo ocurrido y esperando alguna reacción de mi parte.  De repente ésta llegó.  No tengo idea de si todas sus palabras habían sido previamente ensayadas o si fueron producto de la frustración; no sé si ella tenía la intención de presionarme, pero Doña Elena llegó en sus reclamos a un punto que me forzaba a romper mi silencio.  Con la seguridad que siempre la caracterizó, y sin titubear, me expone con claridad que si nosotros (su hija y yo) queremos hacer lo que nos dé la gana " ... se tienen que casar...."  Casi sin pensarlo, y con el propósito de no tener que disculparme y salir pronto de esa situación que me hacía sentir prisionero, le manifesté que nosotros ya habíamos conversado para casarnos.  El efecto fué inmediato: Doña Elena bajó su tensión y Don Adrian  habló por primera vez en ese incómodo momento que lo era para todos. 

Inmediátamente surgieron dos preguntas: Don Adrian, -¿Ustedes se piensan casar? -  Doña Elena, - ¿Cuando?-  Al mal paso dale prisa.  Las palabras que salieron de mi boca tenían el propósito de apagar el fuego bajando la tensión que había en la habitación y tratar de salir rápido de esa situación sin daños mayores.  Lo primero se logró, lo segundo trajo consecuencias a largo plazo, quedé atrapado en mis palabras.  Con tono descendente, la madre de mi novia continúa con su exposición añadiendo algunas preguntas.  Continuándo con mi deseo de salir de esa situación le expliqué que su hija y yo teníamos intención de casarnos y que a pesar de no saber cuando lo haríamos, le dije (a preguntas de ellos) que sería "... éste mismo año."  La tensión bajó a cero, logré levantarme de la silla de los acusados y dirigirme nuevamente al balcón del hogar donde me esperaba completamente ilesa la ladrona de sueños.

Con la preocupación reflejada en su rostro, Adeline inmediátamente me pregunta casi en murmullo, "¿Que pasó?  ¿Que te dijeron?  ¿Que tú dijistes?"  Sintiéndo que ya me había liberado de la situación, le expuse nuestra conversación y le expliqué la forma en que logré  tranquillizar a su madre: "... le dije que nos pensábamos casar."  Su reacción fué de sorpresa, "¿Tú le dijistes que nos pensábamos casar?"  En ese momento pensé que las palabras se las lleva el viento.  Al escuchar mis palabras, el rostro de mi novia cambió de exibir preocupación a exibir una sonrisa que no podia ocultar y sus ojos miraban más allá del tiempo y el espacio, miraban al infinito.  Para mí fueron sólo palabras, pero era evidente que para ella nó.  La verdad fué que no le presté importancia a mis propias palabras porque sólo tenían el propósito de salir de la situación en la que me encontraba.  Sin embargo, después de ese momento y en mi ausencia, Adeline y sus padres conversaron sobre ese tema.  Por eso, poco tiempo después mi novia me dijo algo que nuevamente me puso en una situación incómoda, pero que igualmete resolví con palabras que se las podia llevar el viento. 

En otro momento, nuevamente en su hogar sentados en los sillones del balcón conversando, ella retomó el tema y sin vacilar me dijo, "Si nos vamos a casar, tenemos que ir escogiendo la fecha."  Sin darle mucha importancia a ese tema, continué con la idea y conversamos al respecto.  La realidad fué que, continuándo con mi actitud, acepté todas sus sugerencias, fechas y opiniones , decidiéndo ella que la boda debe ser en aproximadamente tres meses, en el mes de julio, sencilla y un domingo por la mañana.  Escogió la fecha del domingo 17 de julio de ese año 1983 como el día de nuestra boda. 

Después de esa primera conversación que sostuvimos en relación al tema de nuestra futura boda, regresé a Río Piedras donde permanecí una semana sin pensar ni recordar en lo que habíamos conversado.  Pero al regresar a Ponce y compartir juntos nuevamente, me sorprendió con sus vastos conocimientos sobre todos y cada uno de los pasos para realizar la misma.  Había pensado en cada detalle, había investigado y se había orientado (incluyendo gastos).  Tan minuciosa fué su investigación que me dió conocimiento de una situación que ocurriría el día seleccionado y ella deseaba evitarlo. 

Nos encontrábamos todavía en el mes de marzo y ella ya sabía, con cuatro meses de anticipación, que el domingo 17 de julio (el día seleccionado para su boda), ella estaría pasando por su período menstrual, conocido como la regla.  Su advertencia sólo me confirmaba lo que me había manifestado en varias ocasiones anteriores, que ella conoce perféctamente su cuerpo y es capáz de predecir con anticipada exactitud, sus días  de ovulación, sus días fértiles, sus días sexualmente riesgosos, sus mejores días para el sexo, sus días de menstruación y la duración de ésta.  Estoy consciente de que esto es recomendable para las mujeres jóvenes y adultas y que ese debe ser el resultado de una bien aprendida educación sexual.  Pero ese mismo alarde de conocimientos antagoniza con sus justificaciones de ignorante y con sus palabras de arrepentimiento en sus pasados momentos de sexo con Papo y nuestra primera relación sexual (la del llanto del cocodrilo) respectivamente.  ¿Acaso la educación sexual tiene como objetivo promiscuir a las personas?  ¿Cual debe ser el  propósito final, control de riesgos o riesgos sin control?  ¿Corromper el sexo?  ¿Degradarlo por uso indigno? 

Después de asimilar el golpe de sus amplios conocimientos (confieso que esa situación me impactó) acepté pasivamente su propuesta de adelantar la boda una semana para evitar lo anteriormente explicado.  Escogimos (ella escogió) el domingo 10 de julio de ese año 1983 para realizar la boda, nuevamente en horas de la mañana.  Fué entonces cuando comencé a sentirme atrapado en mis propias palabras.  Sin proponérmelo, estábamos cambiando las reglas del juego del amor.  Cada día ella traía un nuevo asunto que teníamos que resolver en relación a nuestro futuro casamiento; iglesia, traje, vivienda, estudios, invitaciones, local, auto, documentos, reuniónes, etc.

Extraños sentimientos comenzaron a invadir mi ánimo: ella no era la persona por la que yo había estado esperando en mi vida, pero esa era la mujer que me gustaba; no era la frágil y delicada princesa rosada con la que yo había soñado, pero era una diosa complaciente del sexo; se desvanecía mi sueño de encontrar la madre perla celosamente guardada para mí, pero de repente ese sueño no era importante; me invadía el amor, me invadía el odio; me emocionaba imaginarme casado con ella, me preocupaba casarme con ella; soy joven y no debo tener prisa, el momento es ahora porque luego sería tarde; y más.  Sin  hablar con ella sobre mis confusos sentimientos, comencé una lucha introspectiva para obligarme a tomar la mejor decisión sobre mi futuro.  Si apuestas por el amor, arriesgalo todo (A.V.)  Tomé la decisión de arriesgarlo todo.  Sin mostrar emoción en mis decisiones, fuí aceptando poco a poco continuar con los preparativos pero no lograba asimilar la desilución sentida (realmente fué desilución sufrida) a través de todo el proceso de conocernos.  Eran dos personas muy distintas, una de la que me enamoré y otra con la que me casaría.  Los dias pasaban y con preocupación comencé a  aceptar la situación y continuar adelante con la boda, pero mi inseguridad me obligó a imponer dos condiciones para realizar la misma.  Estaba decidido a no llegar al altar con ella si no las aceptaba, pués estaba tratando de aceptarla a ella pero no  a sus mentiras.  Decidí comenzar desde cero, una nueva vida juntos ella y yo.  Borrón y cuenta nueva.

Sosteniendo una conversación pausada, le dí conocimiento de mis dos condiciones sin las cuales yo no estaba dispuesto a continuar con los planes.  Con la misma actitud pasiva de la conversación, ella escuchó y opinó.  Como primer punto importante, le notifiqué mi deseo-requisito de mudarnos de Ponce para Río Piedras una vez que seamos un matrimonio legalmente constituido.  No fué necesario abundar mucho sobre esta condición.  No le dí explicaciones sobre ésto y ella tampoco preguntó, pero la verdad era que me avergonzaba pensar que los fantasmas del pasado que abundaban en el arrabal, el callejón y todos sus alrededores, me hicieran sentir como un bufón humillado.  Sin preguntar mis razones y con evidente alegría, aceptó inmediátamente mi demanda, sin condiciones adicionales.  Creo que ella también quería huir de sus propios fantasmas...y de la miseria. 

Su reacción a mi segunda condición fué muy diferente, igualmente pasiva, igualmente con un tono de voz suave, pero diferente en su aceptación.  Pensé mucho sobre eso y aunque en ocasiones dudé si debía hacerlo, sabía que con el tiempo no me perdonaría a mí mismo el haber claudicado a mis valores familiares, religiosos y educativos, pero sobre todo, a un intrínseco valor social.  Tratando de consolar la muerte de mis sueños, en una franca exposición que ella muy bien entendió, le condicioné nuestra boda, nuestro casamiento, a que no use en el altar el acostumbrado traje de novia blanco en nuestra ceremonia por ser éste un símbolo de pureza, y no había pureza en nuestro amor. 

A través de los años siempre ha existido parejas que, por diferentes razones, deciden casarse sin utilizar el tradicional traje blanco: porque son divorciadas(os), por casarse fuera de la iglesia, porque no es requisito, por no creer en la rigidez, por sus propias creencias y tradiciones, etc. Mi exigencia de que no utilize el traje blanco no era una idea descabellada, entre otras razones, porque no existen leyes, ni del hombre ni divinas, que así lo obliguen.  También porque muchos negocios tipo Casa de Novias, tienen entre su variedad, vestidos de bodas de variados colores diferentes al blanco.  (Recuerdo perfectamente que en ese tiempo existía en el segundo nivel del muy concurrido Centro Comercial Plaza las Américas, una tienda de novias que se promocionaba con vestidos de boda que no eran blancos.  Específicamente recuerdo uno color crema).  Para gustos los colores.  Mi petición fué hecha con la mayor sinceridad y con la intención de respetar mis propias creencias personales.  Si en su interpretación ella sintió que la degradaba como mujer o que irrespetaba sus propias creencias, tenía la opción y la obligación moral de negarse a aceptar mis condiciones y si lo entendía justo y razonable, debía terminar nuestra relación por sentirse ofendida.  Pero al exponerle mi posición ella respondió con una pregunta, "¿Y qué le digo a mami (Doña Elena) de porqué no me estoy casando con traje blanco?"  Más de treinta años han transcurridos desde que sostuvimos esa conversación.  No poseo el mejor recuerdo de las palabras que intercambiamos pero sí recuerdo el momento y cómo nuestra conversación fluía claramente, en forma pasiva y pausada, por estar ambos conscientes de la seriedad del tema. 

Convencido de mi posición, utilizé siempre mi mayor delicadeza tratando de evitar alguna reacción ofensiva de su parte y su actitud pasiva evidenciaba ese logro.  Ella nunca contradijo mis motivos, por el contrario, sin justificar sus conductas pasadas, argumentaba razones familiares y mantenía la conversación viva como si estuviera buscando una salida apropiada que no le deje escapar la oportunidad de casarse y al mismo tiempo salvar sus apariencias.  Pudo haberse negado, pudo haberse ofendido, pudo haber terminado nuestro noviazgo, pero nada de lo anterior hizo y su actitud me confirmaba que su deseo era casarse.  (¿Recuerdan éstas palabras?: "Se tiene que casar, porque recuerda que ella no es señorita".)

Si es cierto que el amor cuando es verdadero es incondicional, era su oportunidad de demostrar su amor y dejar que sea el tiempo el que me humille por mi error.  Pero ésto tampoco ocurrió; y no fué así porque al igual que yo, su amor también tenía condiciones.  No le quito el derecho de ella también poner condiciones, pero no tenía derecho a mentir.  Puedo dejar el orgullo a un lado, pero la dignidad nunca.  Después de muchos intercambios de argumentos  le propuse una alternativa pensando que podía ser una solución salomónica.  Manteniendo firmeza en mis creencias pero cediendo frente a su argumento de no explicar la ausencia del color blanco en su boda, le propuse continuar con nuestra ceremonia de casamiento aceptándole el vestido blanco pero no el velo y la corona.  Como salida alterna le acepté el traje blanco pero con firmeza le advertí que no aceptaba el velo y la corona y esa era mi decisión final.  No estaba dispuesto a protagonizar una mentira que sólo cumplía el propósito de engañar a todos y continuar con su diabólica apariencia virginal.  ¿Qué o quien tenía la autoridad para obligarme a cumplir sus sueños si ella no cumple los míos?  Frente al altar de la iglesia, ¿tienen más valor unos sueños que otros?  Que baje Dios y me lo confirme, sólo así puedo aceptarlo. 

Pensé que habíamos logrado superar una gran dificultad cuando ella, al escuchar mi alternativa, aceptó no usar velo y corona en nuestra boda de escenografía.  No había espacio para equivocaciones, errores o malas interpretaciones.  Mi exigencia estaba claramente expuesta y fundamentada.  No había posibilidad de interpretarlo de otra forma y así ella lo aceptó.  Ya no era sólo un capricho, no era una condición, era un acuerdo entre dos personas adultas que libre y voluntariamente decidieron adoptar cuando juntos, y con Dios de testigo, caminen por la iglesia y juren amor eterno en las buenas y en las malas y hasta que la muerte los separe.  Por haber sido educados ambos bajo estos mismos conceptos religiosos, yo estaba obligado a creer en el compromiso de sus palabras y así lo hice, a pesar de que todavía yo tenía dudas de la existencia de Dios. 

Pero ese diabólico ser nuevamente mintió; me mintió a mí, a los presentes, a la iglesia, al sacerdote y a Dios.  Incumpliendo con su promesa, el día 10 de julio de 1983 mientras Dios y yo la esperábamos en el altar de espaldas a su llegada, se dirigió lentamente hacia mí, sostenida del brazo de su padre, quien me hizo entrega de su hija, ignorando (¿ignorando?) que hacía mucho tiempo que ella se había entregado libre y voluntariamente, y sin escenografía de fondo.  Al llegar a mi lado pude observar su blanco traje de novia como ella lo quería y el velo y la corona en su cabeza, rompiendo así su promesa de unir nuestras vidas y dejar atrás el pasado.  Si no fué posible para ella cumplir con su promesa, tampoco era posible para mí dejar atrás el pasado. 

Su lindo traje blanco, el ramo de flores en sus manos y su hermoso rostro perfectamente maquillado, la convertían en un cautivante espejismo para todos los presentes; lucía como una diosa, La Diosa de la Mentira.  ¿Que respeto podia sentir ella hacia nuestro matrimonio, hacia mí, si se atrevió llevar sus mentiras al altar de nuestra boda?  Infidelidad es engaño. Engaño es mentira.  Ella mintió.  Ella fué infiel a nuestro amor.  Con ese acto de soberbia satánica me arrastró a vivir dentro de su propio infierno y a conocer mejor su mente, diabólica y egoista.  Sus efectos se manifestaron a través del tiempo: ella no estaba comprometida con nuestra relación matrimonial.  ¿Y después de ésto qué?  ¿Cual será su próxima mentira?  ¿Hasta donde será capaz de llegar  en su perversidad?  El diablo no duerme.

Pero Adeline no podia engañar a su propia conciencia y trató de exorcisar  su pasado utilizándome a mí y a la Iglesia Católica como un bonito salvapantalla que oculte las huellas de los caminos recorridos en su mundo de mentiras.  Esto lo evidenció cuando me sorprendió exigiéndome también una condición para casarse.  Sin darme explicaciones (yo no las necesitaba) me manifestó que no quería casarse  en la iglesia a la que ella pertenecía. 

Como norma de la Iglesia Católica, todas las bodas o ceremonias de casamiento tienen que realizarse en la parroquia correspondiente al vecindario en el que vive la novia a casarse.  Dicho de otra manera, toda boda que se celebre dentro de la Religión Católica, tiene que ser realizada por el párroco de la iglesia a la que asiste o le correponde asistir  la novia.  En nuestra situación, la parroquia correspondiente era la Iglesia Santa Teresita que ubicaba en la Calle Victoria, dentro del mismo barrio arrabalesco.  Esta iglesia es también un colegio escolar católico y fué en el que mi novia y su hermana Maritza cursaron sus años escolares desde el primer grado elemental hasta el octavo intermedio.  Era también la iglesia que su madre y su padre asistían  con regularidad los domingos.  Por haber pertenecido toda su vida a esa parroquia, ella conocía a todo el personal del colegio y de la iglesia, incluyendo al sacerdote y a los feligreses, y por lo tanto, ellos también la conocían a ella personalmente.  ¿Porqué entonces se negaba a casarse en su parroquia?  ¿Cual era su miedo?  ¿Temía al "...hable ahora o calle para siempre."? ¿De quien se escondía?  ¿Que más ocultaba? 

Por decisión propia y para mi sorpresa, mi novia me dice que no desea que nuestra boda se realice en su parroquia y desea que la misma se lleve a cabo  en la Iglesia Católica de Las Delicias, la parroquia de mi barrio.  Comprendí entonces que yo no estaba sólo en mi sentimiento y que por el contrario, ella estaba consciente de mis razones y las entendía.  ¿Qué otros motivos podia tener?  Al día de hoy, más de 30 años después, le concedo a ella, Ana Adelaida Rodríguez Pérez, la oportunidad de exponer sus razones para tomar ésta decisión (derecho a réplica).  La invito a que las comparta con ustedes, los lectores de estas memorias. 

Para celebrar la ceremonia en una parroquia que no es la que corresponde, ella y sólo ella, tenía que solicitar un permiso escrito del sacerdote de su parroquia, autorizando a la otra parroquia a celebrar la misma.  Ella así lo hizo y posteriormente me comentó que el Sacerdote de Santa Teresita se había negado en principio a conceder el traslado y fué ante su insistencia que él accedió, evidenciándole su malestar por esa desición.  ¿Cuales fueron sus justificasiones ante el sacerdote?

A pesar de que durante veinte años viví en silencio esa traición, con el tiempo logré encerrar en un rincón oscuro, ese momento maldito, y aunque nunca lo olvidé, logré controlar de forma absoluta las emociones negativas que me provocaba, a cambio de la estabilidad emocional, física, familiar y económica que todos deseamos tener y disfrutar antes de que se desdoblen el cuerpo y el espíritu.  Pero la cápsula que contenía encriptado el veneno radioactivo de su mentira fué nuevamente abierto cuando ella decidió de forma egoista, la conveniencia del divorcio utilizando nuevamente la mentira como arma de destrucción para lograr sus nuevos y diabólicos objetivos. 

La motivación principal de esta Biografía y Memorias no es perdonar su engaño y olvidar el pasado; la motivación es perdonarme a mí mismo el no haber cumplido con mi promesa de cancelar la boda si ella osaba disfrazarse de virgen, como finalmente hizo.  Su pre-potente conducta de Diosa del Olimpo provocó en mí una conducta de Prometeo en busca del fuego perdido. 

Pero veinte años viviendo una mentira tiene sus efectos, la persona se acostumbra a sus propios demonios y termina aceptándolos.  Pero las personas que viven de la mentira viven bajo la Espada de Dámocles (colgando de un hilo sobre su cabeza) porque como expuse anteriormente, la mentira es una forma negativa de resolver conflictos porque sólo los resuelve en apariencia y de forma temporera.  La mentira que dominó mi vida terminó y eso debe ser positivo para mí, pero la realidad a sido otra.  Un noviazgo de mentiras, una boda de mentiras y veinte años de mentiras, sólo podia terminar de una manera: con un divorcio construido de mentiras.  El daño fué mucho e irreparable.  El propósito de estas memorias no es reparar daños, es evidenciar como la mentira es la que mueve nuestras vidas en un mundo en el que siempre triunfará la mentira que mejor convenga al individuo y/o la sociedad, en cada situación. 

Llegó el momento de confrontar  a la mentira con la verdad y a las apariencias con la realidad.  "La verdad nunca llega tarde." (A.V.)

domingo, 8 de septiembre de 2013

El pasado sigue y persigue

La prisa y el apuro son enemigos del triunfo.  Terminaba el año 1982, las dudas me perseguían en silencio, sin ruido, sigilosas, acumulándose.  Pero la verdad era que cuando se ocultaban compartíamos un bonito noviazgo.  Pero todavía yo no pensaba en un noviazgo de compromiso,  ¿porqué hacerlo si me encontraba disfrutando de lo mejor de dos mundos?  Además, las dudas (certezas) no me lo permitían. 

A pocas semanas de cumplir nuestro primer año juntos ya, era parte de su familia, pués Doña Elena y Don Adrian nunca dejaron de preocuparse por mí.  Mis estudios seguían por el camino del éxito y continuábamos compartiendo un noviazgo a distancia entre Ponce y Río Piedras.  Mi grupo de amigos de la bolera se había diluído y ya no tenía amigos del barrio porque toda mi familia se había mudado de Las Delicias a la Urbanización Jardínes del Caribe donde, por estudiar en Río Piedras, nunca tuve la oportunidad de hacer amigos. 

Ya había en Puerto Rico un ambiente navideño y en Ponce esperábamos con ansias las fiestas patronales en honor a la Virgen Nuestra Señora de la Guadalupe, que comenzaba entre la primera y segunda semana del mes de diciembre y tenía una duración de más de una semana.  Esta actividad se realizaba en la Plaza Las Delicias y atraía a miles de personas de todas las edades  y de toda la isla.  La verdad era que en esa época las Fiestas Patronales de Ponce, La Ciuda Señorial, era un gran acontecimiento que la engalanaba.  Varios días antes de ésta fiesta, mi hermano Ramón había regresado a Puerto Rico por haber terminado de cumplir sus años de servicios en el Ejercito de los Estados Unidos y se encontraba nuevamente viviendo en nuestro hogar, el hogar de la familia, ubicado ahora en Jardines del Caribe.  El se encontraba en un proceso de re adaptación, pues se hallaba sin empleo, sin automóvil y sin dinero, pero con una actitud positiva y dispuesto a comenzar nuevamente.  Me atrevo a afirmar que mi hermano Ramón, el que se fué de Puerto Rico hacía más de tres años, y mi hermano Ramón, el que regresó, eran muy distintos el uno del otro. 

A través de todo el año que llevábamos compartiendo como pareja, fueron muchas las ocasiones en las que le contaba a Adeline anécdotas comunes vividas como hermanos entre Ramón y yo y descubrimos que ella tenía una amiga llamada Milagros que varios años atrás había sido novia de él.  Esto le creaba una gran curiosidad por conocerlo.  Mientras tanto, su hermana Maritza continuaba estudiando en la Universidad Católica y recientemente había comenzado una relación de noviazgo con un joven del pueblo de Añasco llamado José y compañero de la universidad.  En mi opinión, esa era más una relación de amistad que de pareja de novios, pués apenas compartían juntos. 

Comenzaron la fiestas.  Todos los días, pero especialmente cada noche, la plaza de recreo se atestaba de visitantes y era inevitable encontrarse viejas amistades (como me ocurrió a mí) o crear otras nuevas (como le ocurrió a Ramón).  Caminando entre la multitud por las fiestas patronales me encontraba disfrutando de las mismas con mi novia.  En esa ocasión, como casi siempre ocurría, nos acompañaba su hermana debido a que su novio José se encontraba en Añasco.  Atravesábamos con dificultad una muralla humana cuando mi sentido auditivo registró en la distancia, entre la música y el bullicio, una voz que en un tono alto mencionaba mi nombre para llamar mi atención.  Al detenerme y buscar en el gentío el origen del llamado, observé a un individuo abriéndose paso entre todos y dirigiéndose hacia nosotros me saluda.  Era Ramón, mi hermano recién llegado desde Texas.  Fué muy agradable para mí que nos encontráramos en ese momento porque me brindaba la oportunidad de que conociera a mi novia al mismo tiempo que le mataba la curiosidad a ella por conocer a quien tanto había escuchado mencionar.  Luego de presentarle a Adeline y a su hermana Maritza, conversamos un poco entre todos.  No tengo noción de cuanto tiempo permanecimos conversando pero independientemente de cuan largo o breve haya sido el encuentro, fué suficiente para cambiar nuestras vidas, la vida de los cuatro, la vida de él, la mía, la de Adeline y la de Maritza.  Nunca he olvidado ese momento de apariencia insignificante pero que realmente re dirigió el rumbo de todos. 

Al día siguiente mi hermano me hizo un comentario en nuestro hogar, que en ese momento también fué insignificante para mí pero no así para él, -Tu cuñada se vé bien-.   Al igual que me ocurrió a mí, a Ramón también le entró el amor por los ojos. 

No poseo recuerdos de los subsiguientes encuentros entre ellos pero yo fuí el puente que los mantuvo en contacto.  Finalmente llegó el momento de actuar por su propia voluntad y una noche, mientras salía de mi hogar para visitar a mi novia, mi hermano me detiene y me dice, -Dile a Maritza que si José  no vá hoy para su casa, que me llame (por teléfono).-  El mensaje fué recibido y muy emocianada ella respondió inmediatamente.  Esa noche tuvieron una larga conversación que hizo obsoleto el puente de mi persona como forma de contacto, construyeron su propio puente, sacaron a José del escenario y comenzaron su propio y romántico noviazgo.  Lamentablemente Doña Elena  no tuvo para él el mismo recibimiento que tuvo para mí en el hogar.  A pesar de eso y de haber transcurrido más de treinta años de ese encuentro, todavía se mantienen unidos. 

Las fiestas patronales de la ciudad continuában en todo su resplandor.  Cada noche la plaza de recreo se quebraba por el peso de tanta gente que allí se aglomeraba creando a muchos el deseo de que nunca terminen.  Siempre que tuve la oportunidad, asistí a ellas  y disfruté cada momento.  Pero el disfrute era diferente cuando asistía con mi novia y cuando asistía sólo.  En presencia de ella todo en mi vida era limitado: las amistades, los saludos, las miradas, lo que bebía, lo que comía, donde iba, lo que hacía, mi apariencia era muy importante para su propio realce y orgullo, y hasta mi vestimenta era supervisada por ella.  Por esa razón muchas veces en nuestra relación, luego de dejarla en su hogar, regresaba en busca de amistades o de algún ambiente que me permitiera ser como mi naturaleza me lo pedía.  Así también lo hice cada noche  regresando a las fiestas patronales luego de dejarla en su hogar como lo exigía su madre para evitar así los comentarios peyorativos que pudieran hacer los vecinos del callejón California, sobre su hija.  Así lo hice una vez más, pero una noche fué diferente, fué un reencuentro con el pasado. 

Regresando a la Plaza Las Delicias luego de dejar a mi novia en su hogar, me encontraba caminando por las fiestas en busca de algún sano entretenimiento amistoso propio de la ocasión.  Luego de dar algunas vueltas caminando, me disponía a abandonar las mismas para dirigirme hacia la Bolera Santa María cuando nuevamente escucho en la distancia una voz que grita mi nombre con evidente propósito de detenerme en el camino.  El propósito es logrado y complementado con la acción de girar mi cabeza hacia el lado izquierdo y observar a un pequeño grupo de personas compartiendo animadamente frente a uno de los kioscos de comidas y bebidas que allí ubicaba.  A pesar de que algunas de estas personas me saludan no logro distinguir sus rostros y procedo a acercarme para tratar de lograr un reconocimiento de los mismos.  Grande fué mi sorpresa.  Recuerdo mi asombro.  Recuerdo como se abrieron mis ojos y como no podia pegar mis labios.  No lo podia creer.  Nuevamente tenía frente a mí los ojos grandes y la sonrisa sincera que me condujeron a mi primer viaje celestial.  Allí estaba con su misma sonrisa, con su mirada inigualable, casi siete años después.  No me buscó, pero me encontró.  Yo no la esperaba, pero llegó, y ambos nos alegramos.  Era Gloria Ayala, mi primer y único amor en la escuela superior.  Con ella se encontraba otro compañero del mismo salón y clase graduada de la Ponce High de nombre José Luis.  Habían mantenido la amistad y el contacto entre ellos y otros estudiantes después de terminar la escuela. 

Contentos con nuestro encuentro coversamos extensamente sobre nosotros y nuestra clase graduada.  El había estudiado estilismo y trabajaba ejerciendo su oficio.  Ella no estaba trabajando y hacía dos años que se había casado pero aún no tenía hijos.  Conversamos el resto de la noche hasta que llegó la hora de comenzar a retirarnos.  Aunque Gloria compartía el hogar con su esposo, permanecía la mayor parte de su tiempo sóla debido a que él trabajaba en otra ciudad distante, no tenían hijos, ella no trabajaba y tampoco tenía automóvil.  Era nuestro deseo continuar conversando y eso facilitó que decidiéramos que yo la llevaría hasta su hogar (Aunque no recuerdo perfectamente, estoy convencido de que la idea no fué mía).  Me explicó que su esposo tenía una posición gerencial que le obligaba a estar fuera de su hogar casi todo el día y regresaba al mismo siempre tarde en la noche.  Camino a su hogar en la Urbanización Santa Teresita, conversamos un poco más y acordamos mantener comunicación intercambiando nuestros números de teléfonos.  Comenzamos entonces a comunicarnos vía telefónica casi todos los días que yo me encontraba en Ponce (En 1982 las llamadas telefónicas de una ciudad a otra eran limitadas y costosas; tampoco existía los teléfonos celulares como los conocemos hoy día).  Estábamos nuevamente conociéndonos, ahora como dos personas adultas con historias para compartir. 

No dejábamos pasar  mucho tiempo sin comunicarnos y poco a poco comenzamos a compartir en algunos encuentros no casuales.  Nunca le negué que yo tenía novia y en sus conversaciones pude percibir que ella tenía dudas de su matrimonio.  Para mi sorpresa, su esposo era un conocido de mi adolescencia en Bella Vista que comenzó a trabajar en el Pueblo Supermarket de La Rambla Shopping Center como bagger (empacador o embolsador) y fué escalando posiciones dentro de la empresa hasta ocupar una posición gerencial.  Como resultado de su ascenso, fué trasladado a la tienda que tenía la empresa en el sector Bairoa de la Ciudad de Caguas.  Se evidenciaba que la distancia entre ellos como matrimonio, además de física, era también emocional.

Actuando como una mujer soltera, Gloria no tenía reparos en solicitarme que pasara por su hogar a buscarla cuando acordábamos salir como amigos y luego regresarla nuevamente.  Nuestro reencuentro no tuvo obstáculos mayores que vencer y que nos impidiera disfrutar de la mutua compañía.  Así pasaron varios meses hasta que nuevamente llegó el momento de tomar diferentes caminos.  Un día, faltando pocas semanas para mi boda, me informa que tiene un atraso en su período menstrual y sospecha la posibilidad de estar embarasada.  Ese día fué el último que la ví, el último día que conversámos, el último día que compartímos.  Ninguno  de los dos hizo contacto nuevamente con el otro, dejando todo atrás como un bonito recuerdo.

Terminaron las Fiestas Patronales, llegó la navidad y se iba el año 1982  Ese mismo año se escuchaba en Puerto Rico y los Estados Unidos, una canción que alcanzó y se mantuvo por mucho tiempo en la posición número uno de la radio musical.  La canción Rapture, de la cantante Blondie, fué un éxito que gustó a todos y las ventas de su disco también fueron un éxito.  El 25 de diciembre de esa navidad, en nuestro intercambio de regalos, recibí de Adeline el cassette musical de Blondie que incluía el gran éxito.  Lo recuerdo perfectamente porque por ser el hit musical del momento lo escuché cientos de veces en mi automóvil cuando me dirigía por la autopista hacia  Río Piedras o Ponce en el cumplimiento del deber.  Este cassette contenía música "Disco" que hacía bailar a cualquiera y a olvidar las penas y los sin sabores de la vida.  Regalar esa música era regular felicidad.  El nuevo estilo musical de Rapture la convirtió en la primera canción considerada rap que fué grabada en video musical.

Lo que se dá no se quita, o el diablo te visita, era un dicho muy utilizado que algunos repetían en situaciones jocosas y otros lo hacían con la seriedad que ameritaba cada situación en particular.  Ese regalo musical que recibí con tanto placer se convirtió en la primera pieza maldecida (maldita, maldicha, los términos son intercambiables) por ella misma que mantuvo viva las llamas del infierno porque no respetó el dicho ... y el diablo la visitó.

domingo, 1 de septiembre de 2013

1 + 1 = 3

Los días pasaron y los meses también.  Nuestro noviazgo se fué asentando, la confianza fué aumentando.  Ante los ojos de nuestras familias éramos una pareja de novios,  pero la realidad fué que en privado, éramos algo más que eso (¿Será de uso correcto la palabra mari-novios?)

Ese año 1982 trajo para mí buena estabilidad: un empleo formal, progreso adacémico, una única pareja, auto nuevo, mis amigos pasaron a un segundo plano y mi vida ya no era desenfrenada.  Pero todavía yo no pensaba que esa sería mi última relación de noviazgo, pues era un amor con condiciones. 

La confianza surgida nos llevó con el tiempo a revelarnos mutuamente algunos secretos familiares y personales, convirtiéndose algunos de ellos en armas ofensivas contra el otro en momentos de grandes diferencias personales.  Algunas historias contadas a medias o adaptadas a conveniencia me obligaban a inferir en su verdadero desarrollo y final (algunas ya han sido expuestas en ésta autobiografía).  Una de esas historias surgió en medio de una conversación sobre los ovnis.  

Otra noche más en la sala de su hogar, nos encontrábamos animadamente conversando.  Esos momentos eran los que me hacían olvidar las situaciones negativas, las inseguridades, los complejos, el pasado, los defectos, etc.  Compartiendo conversaciones mundanas llegamos a un tema que todavía en ese momento me apasionaba porque me consideraba un estudioso de ese asunto.  Era el tema de los platillos voladores, los ovnis y los extraterrestres.  Sintiéndome como uno de "Los Grandes Maestros Iniciados," exponía mis ideas, mis creencias, mis teorías y hacía gala de mis conocimientos adquiridos mayormente a través de la lectura.  Recordaba siempre con orgullo que pertencí al Club de Astronomía de la Ponce High.  También mencionaba algunas anécdotas curiosas vividas por mí.  Pero tanta exibición de conocimientos no sirvió de mucho cuando ella me hizo una pregunta muy importante.  Escuchando con atención mis palabras, aprovecha una pausa y me pregunta si yo he visto alguna vez a un ser extraterrestre.  No había opción, sólo había una respuesta, sólo había una verdad: -No, nunca he visto un estraterrestre.-  Hasta ese momento había afinidad en la conversación y la noche se sentía favorable para nosotros.  Pero mi respuesta debió de haber sido acompañada por su silencio y permitirme continuar con mi pedantería.  Sin embargo, torpemente decidió romper una romántica noche y convertirla en otro momento inolvidable para mí, con suficiente impacto negativo como para encontrarme en este momento escribiéndo estas líneas para justificar mis acciones en su contra y continuar repitiendo que ella era, es y será siempre una maldita mentirosa. 

Interrumpiendo mi ánimo y me deseo de continuar nuestra relación, me dice que en una ocasión ella estuvo presente en la aparición de un ente que aparentaba ser extraterreste.  Expone, nuevamente controlando cada palabra y maquillando los hechos, que una vez, cuando era novia de Alberto, el traficante de drogas, se encontraban conversando solos cuando súbitamente se materializó una extraña aparición que tomó forma humanoide.  Cuenta que ambos se encontraban en un lugar a solas y describe su ubicación cerca de la canalización de los Ríos Portugués y Buchanan y antes de la desembocadura de los mismos.  Continúa diciendo que mientras conversaban, su novio Alberto mira detrás de ella y abriendo repentinamente sus ojos en actitud de asombro, le advierte varias veces que no mire hacia atrás.  El asombro de él se convierte en miedo y tomándola de la mano le grita, -¡Corre, corre!- Así corrieron sin mirar atrás hasta llegar al auto.  Alegando que ella no vió nada, menciona lo que su novio le describió como una nube de burbujas en el aire que bajaban despacio hasta finalmente tomar una extraña forma humana detrás de ella.  A pesar de que yo era un fanático de los ovnis y de los temas esotéricos, mi atención  no estaba centrada en las burbujas o el humanoide.  En ese momento mi atención estaba dirigida al lugar donde se encontraban. 

Pocos lugares en Ponce podían existir en ese momento que yo de alguna manera no haya tenido la aventura de explorar antes de conocerla a ella.  Es por eso que conocía muy bien el lugar donde me informó que ocurrió el suceso.  Ciertamente era un lugar deshabitado.  Consistía en una extensa área boscosa de difícil acceso que comenzaba cerca de la Urbanización Los Caobos, bordeaba linealmente  el canal del Río Portugués, pasaba por detrás de la Urbanización Villa del Carmen, confluían los Ríos Portugués y Buchanan y finalmente desembocaban en el Mar Caribe, específicamente en el area boscosa de mangles cerca de La Guancha.  El acceso en automóvil era sólo por caminos de tierra limitados que obligaba a las personas a dejar el auto y continuar caminando si querían adentrarse en las áreas más boscosas y desoladas.

Hoy día la mayor parte de esos terrenos son propiedad del Hotel Ponce Hilton y su Campo de Golf.  Esta extensa área era tán solitaria que, posteriormente, cuando el hotel se encontraba en construcción, dos personas fueron asesinadas dentro del proyecto y fué al siguiente día que fueron encontrados los cuerpos.  Si el recuerdo no me traiciona, estas personas fueron el ingeniero del proyecto y el guardia de seguridad del mismo. 

Tengo personal y propio conocimiento de que, por las características del área, los jóvenes y todas las personas que acudían a ese lugar tenían sólo dos propósitos en su visita, fumar marihuana y/o tener relaciones sexuales.  Por esa razón nuevamente saltaron a mis pensamientos muchas preguntas y grandes dudas.  ¿Qué realmente hacían ellos allí?  ¿Conversando como dijo?  ¿Sentados en la orilla del río tirando piedritas al agua?  ¿Jugando a las escondidas?  ¿Buscando extraterrestres?  ¿Fumando marihuana?  ¿Teniendo relaciones sexuales?  Sólo las últimas dos son opciones reales (realistas).  Aunque persiste en mi mente la duda de si ella alguna vez probó la marihuana, han sido muchas las decepciones recibidas y una más no sería extraña, más aún considerando que su pareja, más que un consumidor, era un vendedor.  Pero no tengo dudas de que ella sí había probado las relaciones sexuales antes de conocernos.  Admisión de culpa, relevo de prueba.  Si la  virginidad se pierde una sóla vez, ¿qué tenía ella que perder con Alberto?  ¿Reputación?  Tenía que correr el riesgo.  ¿Acaso no fué eso lo que hizo conmigo? 

Me encontraba en una etapa de resignación y aceptación a la idea de ser el segundo hombre en la vida sexual de quien yo idealicé.  Todavía tenía tristeza interna, dolor silencioso, aflicción; pero estos sentimientos no afloraban debido al proceso de asimilación mental por el que me encontraba pasando.  Pero esta nueva duda, de ser el tercero, hacía desaparecer cualquier ilusión que quedara en mi interior.  Esperando escuchar una respuesta que me devuelva alguna ilusion, mi única pregunta fué dirigida con el propósito de saber si ellos se encontraban solos en ese momento y me respondió que su hermana Maritza los había acompañado pero se había quedado en el auto a esperarlos.  Su respuesta me hizo pensar que ella creía que a mis 24 años de edad todavía  yo creía que los bebés eran traídos por la cigüeña desde París y que la Luna era de queso.  Estúpida.  La respuesta ofende el intelecto.  ¿Recuerdan la sentencia del Tribunal Supremo de Puerto Rico?  "Un juzgador no tiene que creer cosas que nadie más crería."  ¿Como demonios pudieron ellos salir solos si me había confesado que su madre no aceptaba que  tuvieran alguna relación llegando al punto de correrlo de la casa?  ¿Acaso también se desviaba de su camino a la universidad para encontrarse con él?  ¿Era ésta una conducta repetitiva con todos sus novios? ¿Era habitual?  ¿Era yo simplemente uno más? ¿Cual será la próxima sorpresa? 

Nuevamente el silencio era mi argumento.  A pesar del impacto de la sorpresa, no le cuestioné sus actos, su pasado, ni sus explicaciones acomodaticias.  Nunca la confronté mientras fuimos novios.  Aunque el silencio me causaba daños, yo sabía que la verdad a medias sería siempre lo que obtendría de ella.  Cuestionarle sería contraproducente porque detendría cualquier posible información futura que pueda fluir y ayudarme a conocer mejor a la mujer que me gustaba.  Necesitaba conocerla más y mejor para ayudarme a mí mismo a también conocerme mejor.  Necesitaba conocer mi propio grado de tolerancia a la mentira y la desilusión. 

jueves, 18 de abril de 2013

Llanto de cocodrilo

"Con llanto de cocodrilo", es una frase que todos hemos escuchado y repetido alguna vez en la vida.  De hecho, lo repetimos en el coro de una canción muy conocida, "...♪♫ Tú me llorarás, con llanto de cocodrilo ♪♫..."  Al repetir ésta frase le insinuámos a otra persona su hipocresía frente a nuestra ausencia o a una situación personal que estemos afrontando.  Pero pocos conocen la profundidad de éstas palabras porque piensan que los cocodrilos no lloran.  El cocodrilo es uno de los animales más prehistóricos que existe sobre la tierra y ha sobrevivido miles de años casi sin evolucionar.  Es tán poco lo que ha evolucionado que su cerebro no se desarrolló y el que posee es tán pequeño como el tamaño de un maní o cacahuate.  Por eso algunas personas dicen que los cocodrilos no tienen cerebro.  Además, éste reptíl anfibio se encuentra en la cima de la cadena alimenticia, lo que significa que ningún ser viviente en el planeta, come o se alimenta de cocodrilos.  Esto ha contribuído a su supervivencia casi sin evolucionar.  Pero lo que puede ser lo más prehistórico o sorprendente de éste saurio es su llanto. 

El cocodrilo es el único animal que llora mientras devora a su presa.  Llora mientras se alimenta para sobrevivir.  Llora mientras asesina a su víctima. 

Después de aquel día no volví a ser el mismo.  Ya no pensaba igual, no la escuchaba igual, no la miraba igual.  Ya mis ojos no veían  a la inocente y angelical joven de diesinueve (19) años que aparentaba poseer todas las virtudes divinas.  Por el contrario, mis ojos comenzaron a mirarla como una mujer y así también comencé a desearla.  Se esfumó la emoción del romance y perdí el miedo.  Mis besos comenzaron a ser más agresivos y mis manos ya no pedían permiso para llegar a donde querían.  Ahora yo también quería de su pecado, yo también quería ser parte de su pasado.  La sala de su hogar y mi auto se convirtieron en nuestro escondite amurallado donde disfrutábamos el sexo furtivo con limitaciones.  Pero yo quería más, yo quería todo. 

La confianza que sus padres, en especial Doña Elena, tenían conmigo y con nuestro noviazgo, se hacía evidente.  Con frecuencia autorizaban que su hija y yo saliéramos sólos en gestiones o actividades específicas de las que ellos tenían  conocimento como lo era llevarla a la universidad en las mañanas los días que yo me encontraba en Ponce.  Un día traicionamos esa confianza.

Había llegado el momento apropiado y sin temores le comuniqué a mi novia mi deseo de tener relaciones sexuales con ella y así se lo propuse.  Mi valentía para hacer la proposición provino de mi convencimiento de que su arrepentimiento anterior, como en el juego de poker, era un "bluff", era fingido, era sólo una manipulación para confundir a los demás jugadores (yo).  En su juego del amor ella había puesto a prueba mi honor, mi fidelidad, mi lealtad.  Había llegado mi turno en el juego y decidí entonces mostrar mis cartas y subir la apuesta.  Mi proposición también fué fingida porque mi convicción de su falso arrepentimiento no me permitiría aceptar un rechazo; no estaba dispuesto a aceptar un no.  Mi apuesta fué "all in" (o todo, o nada).

Conversamos sobre el asunto y (como si no tuviera nada que perder) aceptó el encuentro sexual.  Planificamos entonces el momento, el día y la hora como se planifica un pasadía a la playa.  Esta planificación detallada junto con la realidad de que no había  secretos que descubrir, le restaron toda emoción al encuentro y sólo predominaba en mi mente el deseo físico sexual.  Planificamos el sexo, no el amor. 

Cumpliendo con nuestra cita, pasé por su hogar una mañana temprano para hacerle creer a sus padres que la llevaría a la Universidad Católica a cumplir con sus estudios pero inmediatamente nos dirigimos al Motel Nuevo México.  (Cualquier parecido con las veces que hizo lo mismo con Papo el policía no es coincidencia).  En ruta hacia nuestro acto, ella demostró tener solamente una preocupación, ser vista y reconocida por alguna persona mientras entrába a las facilidades del motel.  Por esa razón hizo su entrada como lo hacen las personas que esconden su verdadera personalidad, inclinando su cabeza y la parte superior de su cuerpo en posición semi acostada.  Una vez dentro de la habitación se hizo evidente sus conocimientos sobre el funcionamiento del servicio en la habitación: entrada del auto, ventanilla de pago, servicio de comida, bebidas y condones,  por teléfono, y otros.  A pesar de eso trató de mantener un comportamiento de inseguridad en cuanto a la decisión de sostener relaciones sexuales provocando mi disgusto y mi insistencia.  Posteriormente pude sentir que su actitud era sólo otra de sus manipulaciones para tratar de controlar la situación.  Esto lo percibí luego de que aceptó nuevamente tener sexo y comenzar ella misma a desnudarse.

Sentí una bellaca emoción al verla forcejeando con su pantalón jean atascado en sus protuberantes caderas mientras trataba de bajarlos por completo.  Sentí mi cuerpo paralizado y mi mente acelerada.  Ya no había posibilidad de arrepentimiento, no había vuelta atrás.  Con agresivos besos y acariciando mutuamente nuestros cuerpos, llegamos desnudos al campo de batalla, al terreno de juego, a la cama.  No había fuente de la juventud, no había premio para repartir, no había vino tinto para celebrar, no había sueños, no había ilusiones, no había amor, pero queríamos estar allí.  Necesitábamos saber que pensaba el uno del otro después de ese día para saber también que futuro tendría nuestro noviazgo.  Tratábamos de exorcisar el pasado.  Pero el pasado existe, nos guste o nó.  El pasado no desaparece.  El pasado se adhiere a las personas como el humo a las paredes. 

El pasado es humo, dijo alguien una vez, y es posible que esté en lo cierto.  Pero hasta el humo deja huellas.  El humo es el efecto de una causa.  Es el resultado de una acción que se manifiesta en una anarquía de moléculas dispersas en todas direcciones.  En un lugar abierto y un ambiente apropiado, estas moléculas anárquicas se expanden, se interrelacionan con otras moléculas y eventualmente adquieren otras caraterísticas que hacen aparentar que desaparecieron, pero la realidad es que se transformaron y se organizaron.  Se hicieron invisibles para el ojo humano, pero no desaparecieron; están en algún lugar.  Sin embargo, en un ambiente cerrado o limitado estas moléculas no logran su invisibilidad porque permanecen unidas como sombra en un espacio confinado dejando huellas de lo que una vez ocurrió.  Es por eso que los arqueólogos lo primero que buscan al explorar las nuevas cavernas descubiertas, son rastros o evidencias de humo adheridas a sus paredes y techos.  Lo hacen para conocer el pasado y entender mejor el presente.  Humanamente, necesitamos entender el pasado para enfrentar mejor el futuro.  Así mismo, si en una relación de pareja la comunicación es abierta, el pasado se transforma y se hace invisible.  Pero si la comunicación es limitada y mantiene oculta situaciones que deben ser compartidas, el pasado, como el humo, adquirirá un color sombrío adherido a la persona y provocará dudas sobre la pureza de la relación.  Una pareja que miente no respeta la relación y no está tan comprometida como nos gustaría pensar. 

Su belleza física desnuda era espectacular: su piel blanca como las nubes, sus senos todavía infantíles, anchas caderas, pubis rojiso, muslos carnosos, con piernas y tobillos que parecían dos grandes columnas que sostenían ese monumento de mujer.  Su perfección física, ante mis ojos, no me permitía pensar en la posibilidad de finalizar nuestro noviazgo después de disfrutar su cuerpo, por el contrario, estaba convencido de que se repetiría ... y así fué.

En nuestra sociedad, la mayoría de los psicólogos, psiquiatras, sexólogos y otros profesionales de la conducta, coinciden en la opinion, basados en estudios, de que, con excepción del uso de la violencia, son las mujeres las que realmente controlan el sexo.  Mientras la mayoría de los hombres se vanaglorian con sus conquistas y comentan con sus amigos detalles de sus actividades sexuales con algunas mujeres, lo cierto es que sin la autorización y el consentimiento de ellas, ningún hombre logrará nunca entrar en su cuerpo.  Conscientes de ese poder, algunas mujeres lo utilizan premeditadamente a su favor para mantener a un hombre tán cerca y  tán lejos como ellas quieran, como a ellas personalmente les convenga.  El ejemplo más común de ésto es cuando una mujer decide embarazarse  para obligar a un hombre a mantenerse a su lado.  Otros ejemplos son la prostitución,  la bartender que sirve a sus clientes mostrando los atributos de su cuerpo,  También la empleada que mejora sus condiciones compartiendo con el jefe, o la cantante que se casa con un productor de música, y cientos de ejemplos más de los que estoy seguro que cada lector puede aportar algunos. 

Si bién fué cierto que disfruté de su sexo, también fué cierto que su comportamiento fué más para complacerme a mí que a ella misma.  Existió un vacío entre carne y carne.  No hubo conexión emocional.  El sexo era su carnada y yo mordía el anzuelo.  Era el cebo en la trampa, el azucar en el café.

Casi inmediatamente que terminó el primer acto de nuestra obra teatral, con nuestros cuerpos húmedos de sudor, palpitaciones aceleradas y respiración jadeante, fuí sacudido de la cama por un explosivo llanto que interrumpió súbitamente el placer que circulaba por mi cuerpo.  Momentáneamente confundido, la observé llorando y como reacción lógica le pregunté el motivo.  Al no recibir respuesta inmediata y continuar llorando, insistí casi con ruegos que me dijera el motivo de su llanto y fué en ese momento que percibí que era otra de sus manipulaciones.  Su llanto era histriónico, era el segundo acto de su obra teatral de ese día.  Tengo borrosas sus palabras en mi memoria pero recuerdo muy bien el espíritu de su mensaje.  Sin detener su llanto me dice que no debió hacerlo, que no debió aceptar, que no debió estar allí conmigo; trató de mostrarme su arrepentimiento.  Pero como era tarde para arrepentirse, mis falsas palabras de consuelo trataron de aliviar el falso dolor de su pecado.  Le mentí haciéndole creer que creía en su mentira.  El que peca y reza, empata.  Su arrepentimiento era falso, sin embargo el llanto era cierto.  Pero era el llanto del cocodrilo que terminaba de deborar a su presa, a su victim, ..., a mí.

Compartimos juntos varias horas, pués sus padres la suponían en la universidad.  El tiempo fué suficiente para conocernos mejor y descubrir algunos secretos que se ocultaban en el lado oscuro de la luna.  Nos inventamos pecados nuevos.  Parecíamos dos atletas olímpicos practicando nuestros deportes favoritos, gimnasia y esgrima.  No hubo lugar en nuestros cuerpos que no sintieran nuestro contacto mutuo.  Mi única confusión era entender como una joven mujer de 19 años que no aprendió a correr bicicleta o patines, nunca había ido a la playa o a la bolera y que no realizó muchas de las actividades que se realizan en una juventud saludable, sabía tanto de sexo.  ¿Leyendo?  ¿Practicando?  ¿Compartiendo información?  ¿Educación sexual?  A esa edad ella conocía perfectamente el método anticonceptivo natural del ritmo, sabía con anticipada exactitud los días que ovulaba, los días que tendría su menstruación y los días que podia tener relaciones sexuales completas sin riesgos de embarazo.  Esto nos permitió ese día y por los próximos meses, sostener relaciones sin protección y sin riesgos de embarazo y me provocó una duda mayor, ¿desde cuando conocía ella el método del ritmo?  ¿Desde los 15 años?

Después de pasar varias horas compartiendo y disfrutando nuestros cuerpos, decidimos que era tiempo de regresar a su hogar aparentando que llegaba de la universidad.  El recuerdo que conservo en mi memoria al regresar ese día, por alguna razón me impactó más que todo lo ocurrido en el Motel Nuevo Mexico esa mañana.  Llegando a la sala de su hogar encontrámos a su padre Don Adrian sentado en el comedor en su momento del almuerzo.  Al verlo, Adeline se dirige donde él, se sienta a su lado y lo besa en su mejilla izquierda mientras lo saluda.  No pongo en duda el amor que ella sentía hacia su padre, pués ciertamente Don Adrian era un hombre bueno, pero esa muestra de cariño retrató en mi siquis un momento de infamia comparado con el beso de Judas en la Biblia.  Un beso sin honra que turbo mi ánimo.  Un beso sucio que manchó la dignidad.  Sólo puedo describir mi sentimiento de ese momento con una palabra, traición.  Aunque ese día terminó, faltaba un acto más para cerrar nuestra obra teatral del día. 

Al día siguiente fuí a visitarla como de costumbre y nuevamente, como en ocasiones anteriores, me recibe con una actitud negativa que también nuevamente me obliga a hacerle delicadas monadas para ganarme su gracia.  Luego de preguntarle qué le estaba pasando, me dirige una pregunta de forma directa: -¿Que vas a hacer ahora que conseguistes lo que buscabas? -  Yo no podia creer lo que estaba escuchando, "...¿lo que yo buscaba?"  Era otra más de sus manipulaciones.  Era el acto final de su obra teatral que yo titularía "¿Donde está la Virgen?"  Esa maestra del sexo me asignó en la obra de su vida el papel de villano; se lo quitó a Papo el policía para entregármelo a mí.  Estaba transfiriéndome la responsabilidad de cargar con la culpa por la ausencia de su virginidad.  Yo debía responder de alguna manera si quería continuar con nuestro noviazgo o finalizarlo en ese momento porque "ya había encontrado lo que buscaba".  Mi amor por su mentira.  Pensé que si respondía con la opción de continuar, me forzaba a aceptar también la ausencia de su virginidad como si yo fuera el responsable.  Todavía yo saboreába en mi boca la sal de su cuerpo, de sus fluídos, imposible no querer más.  Esa miel fué la que me endulzó.  Si aceptaba continuar nuestro noviazgo, aceptaba también vivir en la mentira.  Finalmente, poco a poco, utilizando palabras neutrales, fuí respondiendo su pregunta sin decir mucho y casi justificando su conducta presente y pasada, aceptándo así continuar con nuestro noviazgo; pero mi vision del futuro cambió.