La prisa y el apuro son enemigos del triunfo. Terminaba el año 1982, las dudas me perseguían en silencio, sin ruido, sigilosas, acumulándose. Pero la verdad era que cuando se ocultaban compartíamos un bonito noviazgo. Pero todavía yo no pensaba en un noviazgo de compromiso, ¿porqué hacerlo si me encontraba disfrutando de lo mejor de dos mundos? Además, las dudas (certezas) no me lo permitían.
A pocas semanas de cumplir nuestro primer año juntos ya, era parte de su familia, pués Doña Elena y Don Adrian nunca dejaron de preocuparse por mí. Mis estudios seguían por el camino del éxito y continuábamos compartiendo un noviazgo a distancia entre Ponce y Río Piedras. Mi grupo de amigos de la bolera se había diluído y ya no tenía amigos del barrio porque toda mi familia se había mudado de Las Delicias a la Urbanización Jardínes del Caribe donde, por estudiar en Río Piedras, nunca tuve la oportunidad de hacer amigos.
Ya había en Puerto Rico un ambiente navideño y en Ponce esperábamos con ansias las fiestas patronales en honor a la Virgen Nuestra Señora de la Guadalupe, que comenzaba entre la primera y segunda semana del mes de diciembre y tenía una duración de más de una semana. Esta actividad se realizaba en la Plaza Las Delicias y atraía a miles de personas de todas las edades y de toda la isla. La verdad era que en esa época las Fiestas Patronales de Ponce, La Ciuda Señorial, era un gran acontecimiento que la engalanaba. Varios días antes de ésta fiesta, mi hermano Ramón había regresado a Puerto Rico por haber terminado de cumplir sus años de servicios en el Ejercito de los Estados Unidos y se encontraba nuevamente viviendo en nuestro hogar, el hogar de la familia, ubicado ahora en Jardines del Caribe. El se encontraba en un proceso de re adaptación, pues se hallaba sin empleo, sin automóvil y sin dinero, pero con una actitud positiva y dispuesto a comenzar nuevamente. Me atrevo a afirmar que mi hermano Ramón, el que se fué de Puerto Rico hacía más de tres años, y mi hermano Ramón, el que regresó, eran muy distintos el uno del otro.
A través de todo el año que llevábamos compartiendo como pareja, fueron muchas las ocasiones en las que le contaba a Adeline anécdotas comunes vividas como hermanos entre Ramón y yo y descubrimos que ella tenía una amiga llamada Milagros que varios años atrás había sido novia de él. Esto le creaba una gran curiosidad por conocerlo. Mientras tanto, su hermana Maritza continuaba estudiando en la Universidad Católica y recientemente había comenzado una relación de noviazgo con un joven del pueblo de Añasco llamado José y compañero de la universidad. En mi opinión, esa era más una relación de amistad que de pareja de novios, pués apenas compartían juntos.
Comenzaron la fiestas. Todos los días, pero especialmente cada noche, la plaza de recreo se atestaba de visitantes y era inevitable encontrarse viejas amistades (como me ocurrió a mí) o crear otras nuevas (como le ocurrió a Ramón). Caminando entre la multitud por las fiestas patronales me encontraba disfrutando de las mismas con mi novia. En esa ocasión, como casi siempre ocurría, nos acompañaba su hermana debido a que su novio José se encontraba en Añasco. Atravesábamos con dificultad una muralla humana cuando mi sentido auditivo registró en la distancia, entre la música y el bullicio, una voz que en un tono alto mencionaba mi nombre para llamar mi atención. Al detenerme y buscar en el gentío el origen del llamado, observé a un individuo abriéndose paso entre todos y dirigiéndose hacia nosotros me saluda. Era Ramón, mi hermano recién llegado desde Texas. Fué muy agradable para mí que nos encontráramos en ese momento porque me brindaba la oportunidad de que conociera a mi novia al mismo tiempo que le mataba la curiosidad a ella por conocer a quien tanto había escuchado mencionar. Luego de presentarle a Adeline y a su hermana Maritza, conversamos un poco entre todos. No tengo noción de cuanto tiempo permanecimos conversando pero independientemente de cuan largo o breve haya sido el encuentro, fué suficiente para cambiar nuestras vidas, la vida de los cuatro, la vida de él, la mía, la de Adeline y la de Maritza. Nunca he olvidado ese momento de apariencia insignificante pero que realmente re dirigió el rumbo de todos.
Al día siguiente mi hermano me hizo un comentario en nuestro hogar, que en ese momento también fué insignificante para mí pero no así para él, -Tu cuñada se vé bien-. Al igual que me ocurrió a mí, a Ramón también le entró el amor por los ojos.
No poseo recuerdos de los subsiguientes encuentros entre ellos pero yo fuí el puente que los mantuvo en contacto. Finalmente llegó el momento de actuar por su propia voluntad y una noche, mientras salía de mi hogar para visitar a mi novia, mi hermano me detiene y me dice, -Dile a Maritza que si José no vá hoy para su casa, que me llame (por teléfono).- El mensaje fué recibido y muy emocianada ella respondió inmediatamente. Esa noche tuvieron una larga conversación que hizo obsoleto el puente de mi persona como forma de contacto, construyeron su propio puente, sacaron a José del escenario y comenzaron su propio y romántico noviazgo. Lamentablemente Doña Elena no tuvo para él el mismo recibimiento que tuvo para mí en el hogar. A pesar de eso y de haber transcurrido más de treinta años de ese encuentro, todavía se mantienen unidos.
Las fiestas patronales de la ciudad continuában en todo su resplandor. Cada noche la plaza de recreo se quebraba por el peso de tanta gente que allí se aglomeraba creando a muchos el deseo de que nunca terminen. Siempre que tuve la oportunidad, asistí a ellas y disfruté cada momento. Pero el disfrute era diferente cuando asistía con mi novia y cuando asistía sólo. En presencia de ella todo en mi vida era limitado: las amistades, los saludos, las miradas, lo que bebía, lo que comía, donde iba, lo que hacía, mi apariencia era muy importante para su propio realce y orgullo, y hasta mi vestimenta era supervisada por ella. Por esa razón muchas veces en nuestra relación, luego de dejarla en su hogar, regresaba en busca de amistades o de algún ambiente que me permitiera ser como mi naturaleza me lo pedía. Así también lo hice cada noche regresando a las fiestas patronales luego de dejarla en su hogar como lo exigía su madre para evitar así los comentarios peyorativos que pudieran hacer los vecinos del callejón California, sobre su hija. Así lo hice una vez más, pero una noche fué diferente, fué un reencuentro con el pasado.
Regresando a la Plaza Las Delicias luego de dejar a mi novia en su hogar, me encontraba caminando por las fiestas en busca de algún sano entretenimiento amistoso propio de la ocasión. Luego de dar algunas vueltas caminando, me disponía a abandonar las mismas para dirigirme hacia la Bolera Santa María cuando nuevamente escucho en la distancia una voz que grita mi nombre con evidente propósito de detenerme en el camino. El propósito es logrado y complementado con la acción de girar mi cabeza hacia el lado izquierdo y observar a un pequeño grupo de personas compartiendo animadamente frente a uno de los kioscos de comidas y bebidas que allí ubicaba. A pesar de que algunas de estas personas me saludan no logro distinguir sus rostros y procedo a acercarme para tratar de lograr un reconocimiento de los mismos. Grande fué mi sorpresa. Recuerdo mi asombro. Recuerdo como se abrieron mis ojos y como no podia pegar mis labios. No lo podia creer. Nuevamente tenía frente a mí los ojos grandes y la sonrisa sincera que me condujeron a mi primer viaje celestial. Allí estaba con su misma sonrisa, con su mirada inigualable, casi siete años después. No me buscó, pero me encontró. Yo no la esperaba, pero llegó, y ambos nos alegramos. Era Gloria Ayala, mi primer y único amor en la escuela superior. Con ella se encontraba otro compañero del mismo salón y clase graduada de la Ponce High de nombre José Luis. Habían mantenido la amistad y el contacto entre ellos y otros estudiantes después de terminar la escuela.
Contentos con nuestro encuentro coversamos extensamente sobre nosotros y nuestra clase graduada. El había estudiado estilismo y trabajaba ejerciendo su oficio. Ella no estaba trabajando y hacía dos años que se había casado pero aún no tenía hijos. Conversamos el resto de la noche hasta que llegó la hora de comenzar a retirarnos. Aunque Gloria compartía el hogar con su esposo, permanecía la mayor parte de su tiempo sóla debido a que él trabajaba en otra ciudad distante, no tenían hijos, ella no trabajaba y tampoco tenía automóvil. Era nuestro deseo continuar conversando y eso facilitó que decidiéramos que yo la llevaría hasta su hogar (Aunque no recuerdo perfectamente, estoy convencido de que la idea no fué mía). Me explicó que su esposo tenía una posición gerencial que le obligaba a estar fuera de su hogar casi todo el día y regresaba al mismo siempre tarde en la noche. Camino a su hogar en la Urbanización Santa Teresita, conversamos un poco más y acordamos mantener comunicación intercambiando nuestros números de teléfonos. Comenzamos entonces a comunicarnos vía telefónica casi todos los días que yo me encontraba en Ponce (En 1982 las llamadas telefónicas de una ciudad a otra eran limitadas y costosas; tampoco existía los teléfonos celulares como los conocemos hoy día). Estábamos nuevamente conociéndonos, ahora como dos personas adultas con historias para compartir.
No dejábamos pasar mucho tiempo sin comunicarnos y poco a poco comenzamos a compartir en algunos encuentros no casuales. Nunca le negué que yo tenía novia y en sus conversaciones pude percibir que ella tenía dudas de su matrimonio. Para mi sorpresa, su esposo era un conocido de mi adolescencia en Bella Vista que comenzó a trabajar en el Pueblo Supermarket de La Rambla Shopping Center como bagger (empacador o embolsador) y fué escalando posiciones dentro de la empresa hasta ocupar una posición gerencial. Como resultado de su ascenso, fué trasladado a la tienda que tenía la empresa en el sector Bairoa de la Ciudad de Caguas. Se evidenciaba que la distancia entre ellos como matrimonio, además de física, era también emocional.
Actuando como una mujer soltera, Gloria no tenía reparos en solicitarme que pasara por su hogar a buscarla cuando acordábamos salir como amigos y luego regresarla nuevamente. Nuestro reencuentro no tuvo obstáculos mayores que vencer y que nos impidiera disfrutar de la mutua compañía. Así pasaron varios meses hasta que nuevamente llegó el momento de tomar diferentes caminos. Un día, faltando pocas semanas para mi boda, me informa que tiene un atraso en su período menstrual y sospecha la posibilidad de estar embarasada. Ese día fué el último que la ví, el último día que conversámos, el último día que compartímos. Ninguno de los dos hizo contacto nuevamente con el otro, dejando todo atrás como un bonito recuerdo.
Terminaron las Fiestas Patronales, llegó la navidad y se iba el año 1982 Ese mismo año se escuchaba en Puerto Rico y los Estados Unidos, una canción que alcanzó y se mantuvo por mucho tiempo en la posición número uno de la radio musical. La canción Rapture, de la cantante Blondie, fué un éxito que gustó a todos y las ventas de su disco también fueron un éxito. El 25 de diciembre de esa navidad, en nuestro intercambio de regalos, recibí de Adeline el cassette musical de Blondie que incluía el gran éxito. Lo recuerdo perfectamente porque por ser el hit musical del momento lo escuché cientos de veces en mi automóvil cuando me dirigía por la autopista hacia Río Piedras o Ponce en el cumplimiento del deber. Este cassette contenía música "Disco" que hacía bailar a cualquiera y a olvidar las penas y los sin sabores de la vida. Regalar esa música era regular felicidad. El nuevo estilo musical de Rapture la convirtió en la primera canción considerada rap que fué grabada en video musical.
Lo que se dá no se quita, o el diablo te visita, era un dicho muy utilizado que algunos repetían en situaciones jocosas y otros lo hacían con la seriedad que ameritaba cada situación en particular. Ese regalo musical que recibí con tanto placer se convirtió en la primera pieza maldecida (maldita, maldicha, los términos son intercambiables) por ella misma que mantuvo viva las llamas del infierno porque no respetó el dicho ... y el diablo la visitó.
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