domingo, 1 de septiembre de 2013

1 + 1 = 3

Los días pasaron y los meses también.  Nuestro noviazgo se fué asentando, la confianza fué aumentando.  Ante los ojos de nuestras familias éramos una pareja de novios,  pero la realidad fué que en privado, éramos algo más que eso (¿Será de uso correcto la palabra mari-novios?)

Ese año 1982 trajo para mí buena estabilidad: un empleo formal, progreso adacémico, una única pareja, auto nuevo, mis amigos pasaron a un segundo plano y mi vida ya no era desenfrenada.  Pero todavía yo no pensaba que esa sería mi última relación de noviazgo, pues era un amor con condiciones. 

La confianza surgida nos llevó con el tiempo a revelarnos mutuamente algunos secretos familiares y personales, convirtiéndose algunos de ellos en armas ofensivas contra el otro en momentos de grandes diferencias personales.  Algunas historias contadas a medias o adaptadas a conveniencia me obligaban a inferir en su verdadero desarrollo y final (algunas ya han sido expuestas en ésta autobiografía).  Una de esas historias surgió en medio de una conversación sobre los ovnis.  

Otra noche más en la sala de su hogar, nos encontrábamos animadamente conversando.  Esos momentos eran los que me hacían olvidar las situaciones negativas, las inseguridades, los complejos, el pasado, los defectos, etc.  Compartiendo conversaciones mundanas llegamos a un tema que todavía en ese momento me apasionaba porque me consideraba un estudioso de ese asunto.  Era el tema de los platillos voladores, los ovnis y los extraterrestres.  Sintiéndome como uno de "Los Grandes Maestros Iniciados," exponía mis ideas, mis creencias, mis teorías y hacía gala de mis conocimientos adquiridos mayormente a través de la lectura.  Recordaba siempre con orgullo que pertencí al Club de Astronomía de la Ponce High.  También mencionaba algunas anécdotas curiosas vividas por mí.  Pero tanta exibición de conocimientos no sirvió de mucho cuando ella me hizo una pregunta muy importante.  Escuchando con atención mis palabras, aprovecha una pausa y me pregunta si yo he visto alguna vez a un ser extraterrestre.  No había opción, sólo había una respuesta, sólo había una verdad: -No, nunca he visto un estraterrestre.-  Hasta ese momento había afinidad en la conversación y la noche se sentía favorable para nosotros.  Pero mi respuesta debió de haber sido acompañada por su silencio y permitirme continuar con mi pedantería.  Sin embargo, torpemente decidió romper una romántica noche y convertirla en otro momento inolvidable para mí, con suficiente impacto negativo como para encontrarme en este momento escribiéndo estas líneas para justificar mis acciones en su contra y continuar repitiendo que ella era, es y será siempre una maldita mentirosa. 

Interrumpiendo mi ánimo y me deseo de continuar nuestra relación, me dice que en una ocasión ella estuvo presente en la aparición de un ente que aparentaba ser extraterreste.  Expone, nuevamente controlando cada palabra y maquillando los hechos, que una vez, cuando era novia de Alberto, el traficante de drogas, se encontraban conversando solos cuando súbitamente se materializó una extraña aparición que tomó forma humanoide.  Cuenta que ambos se encontraban en un lugar a solas y describe su ubicación cerca de la canalización de los Ríos Portugués y Buchanan y antes de la desembocadura de los mismos.  Continúa diciendo que mientras conversaban, su novio Alberto mira detrás de ella y abriendo repentinamente sus ojos en actitud de asombro, le advierte varias veces que no mire hacia atrás.  El asombro de él se convierte en miedo y tomándola de la mano le grita, -¡Corre, corre!- Así corrieron sin mirar atrás hasta llegar al auto.  Alegando que ella no vió nada, menciona lo que su novio le describió como una nube de burbujas en el aire que bajaban despacio hasta finalmente tomar una extraña forma humana detrás de ella.  A pesar de que yo era un fanático de los ovnis y de los temas esotéricos, mi atención  no estaba centrada en las burbujas o el humanoide.  En ese momento mi atención estaba dirigida al lugar donde se encontraban. 

Pocos lugares en Ponce podían existir en ese momento que yo de alguna manera no haya tenido la aventura de explorar antes de conocerla a ella.  Es por eso que conocía muy bien el lugar donde me informó que ocurrió el suceso.  Ciertamente era un lugar deshabitado.  Consistía en una extensa área boscosa de difícil acceso que comenzaba cerca de la Urbanización Los Caobos, bordeaba linealmente  el canal del Río Portugués, pasaba por detrás de la Urbanización Villa del Carmen, confluían los Ríos Portugués y Buchanan y finalmente desembocaban en el Mar Caribe, específicamente en el area boscosa de mangles cerca de La Guancha.  El acceso en automóvil era sólo por caminos de tierra limitados que obligaba a las personas a dejar el auto y continuar caminando si querían adentrarse en las áreas más boscosas y desoladas.

Hoy día la mayor parte de esos terrenos son propiedad del Hotel Ponce Hilton y su Campo de Golf.  Esta extensa área era tán solitaria que, posteriormente, cuando el hotel se encontraba en construcción, dos personas fueron asesinadas dentro del proyecto y fué al siguiente día que fueron encontrados los cuerpos.  Si el recuerdo no me traiciona, estas personas fueron el ingeniero del proyecto y el guardia de seguridad del mismo. 

Tengo personal y propio conocimiento de que, por las características del área, los jóvenes y todas las personas que acudían a ese lugar tenían sólo dos propósitos en su visita, fumar marihuana y/o tener relaciones sexuales.  Por esa razón nuevamente saltaron a mis pensamientos muchas preguntas y grandes dudas.  ¿Qué realmente hacían ellos allí?  ¿Conversando como dijo?  ¿Sentados en la orilla del río tirando piedritas al agua?  ¿Jugando a las escondidas?  ¿Buscando extraterrestres?  ¿Fumando marihuana?  ¿Teniendo relaciones sexuales?  Sólo las últimas dos son opciones reales (realistas).  Aunque persiste en mi mente la duda de si ella alguna vez probó la marihuana, han sido muchas las decepciones recibidas y una más no sería extraña, más aún considerando que su pareja, más que un consumidor, era un vendedor.  Pero no tengo dudas de que ella sí había probado las relaciones sexuales antes de conocernos.  Admisión de culpa, relevo de prueba.  Si la  virginidad se pierde una sóla vez, ¿qué tenía ella que perder con Alberto?  ¿Reputación?  Tenía que correr el riesgo.  ¿Acaso no fué eso lo que hizo conmigo? 

Me encontraba en una etapa de resignación y aceptación a la idea de ser el segundo hombre en la vida sexual de quien yo idealicé.  Todavía tenía tristeza interna, dolor silencioso, aflicción; pero estos sentimientos no afloraban debido al proceso de asimilación mental por el que me encontraba pasando.  Pero esta nueva duda, de ser el tercero, hacía desaparecer cualquier ilusión que quedara en mi interior.  Esperando escuchar una respuesta que me devuelva alguna ilusion, mi única pregunta fué dirigida con el propósito de saber si ellos se encontraban solos en ese momento y me respondió que su hermana Maritza los había acompañado pero se había quedado en el auto a esperarlos.  Su respuesta me hizo pensar que ella creía que a mis 24 años de edad todavía  yo creía que los bebés eran traídos por la cigüeña desde París y que la Luna era de queso.  Estúpida.  La respuesta ofende el intelecto.  ¿Recuerdan la sentencia del Tribunal Supremo de Puerto Rico?  "Un juzgador no tiene que creer cosas que nadie más crería."  ¿Como demonios pudieron ellos salir solos si me había confesado que su madre no aceptaba que  tuvieran alguna relación llegando al punto de correrlo de la casa?  ¿Acaso también se desviaba de su camino a la universidad para encontrarse con él?  ¿Era ésta una conducta repetitiva con todos sus novios? ¿Era habitual?  ¿Era yo simplemente uno más? ¿Cual será la próxima sorpresa? 

Nuevamente el silencio era mi argumento.  A pesar del impacto de la sorpresa, no le cuestioné sus actos, su pasado, ni sus explicaciones acomodaticias.  Nunca la confronté mientras fuimos novios.  Aunque el silencio me causaba daños, yo sabía que la verdad a medias sería siempre lo que obtendría de ella.  Cuestionarle sería contraproducente porque detendría cualquier posible información futura que pueda fluir y ayudarme a conocer mejor a la mujer que me gustaba.  Necesitaba conocerla más y mejor para ayudarme a mí mismo a también conocerme mejor.  Necesitaba conocer mi propio grado de tolerancia a la mentira y la desilusión. 

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