Nunca he tenido dudas de que al ver por primera vez aquella hermosa joven en el autobús me enamoré, me enamoré de lo que ví, el amor me entró por los ojos. Pero el amor siempre debe crecer, expandirse, dominar todos nuestros sentidos, acciones y pensamientos a favor de ese ser que deseamos tener a nuestro lado. Un amor que no crece, un amor estancado pasará por muchas pruebas de Fé. Un amor dividido, un amor desdoblado, no posee la escencia de su propio significado.
Aquella noche de abril mi amor se partió en dos. Una parte se quedó con ella a través de los sentidos, vista, tacto, gusto, olfato y audio (amor físico), y la otra parte se quedó conmigo en las ruinas de mi orgullo (amor emocional). Fué como ver que la hermosa joven de la que me enamoré moría súbitamente y otro ser tomaba posesión de su hermoso cuerpo. La confusión me atacó por muchos días, no sabía que pensar, no sabía como actuar. Ninguno de los dos hablaba sobre lo ocurrido aquella noche, nadie preguntaba, nadie explicaba. Mi comportamiento hacia ella no cambió para no forzarla a darme explicaciones, pero dentro de mí yo las quería, yo las necesitaba. La admiración que sentía por ella se había desboronado pero esa era la mujer que me gustaba, la que yo quería para mí, la que me ilusionó, la que me hizo soñar, la que respeté. Necesitaba saber que había pasado antes pero no quería preguntar, no me atrevía hacerlo. Así pasaron varios días hasta que en otro momento, sentados en la sala de su hogar compartiedo y mirando la televisión una noche de claros pensamientos en los que la duda no tenía cabida en en mente, conversábamos animadamente. Con la natural sinceridad que siempre había caracterizado mis palabras, pero en esta ocasión rayando en la ignorancia, poco a poco la conversación comenzó a girar en torno a mi pasado. Yo nunca le había hecho daño a nadie y dentro de mis círculos sociales nuestras conductas eran aceptadas como de jóvenes comunes y nada o nadie era forzado(da) , por lo que nunca me avergonzaba de mis conductas pasadas. No sentía temor de hablar en relación a ese tema como tampoco lo tuvo Bill Clinton cuando, mientras era Presidente de los Estados Unidos, admitió públicamente que fumó marihuana en su juventud. Además, yo estaba convencido de que ella tenía conocimiento de mis conductas a través de su amiga Madeline quien a su vez tenía un hermano que también era "amigo de fechorías". Sincerándome hasta la torpeza, le confesé que hasta el pasado cercano yo fumaba marihuana. No tuve temor a ésta confesión porque ya mi vida había tomado otro rumbo y aquello era un pasado que no se repetiría. Mi vida estaba enfocada en mis estudios universitarios, en mi trabajo como guardia penal y en ella. Todo lo demás era circunstancial. También, por la totalidad del ambiente en el que ella había vivido toda su vida, pensé que no tendría dificultades en entenderme. Pero todavía yo no comprendía que su naturaleza era diferente a la mía. Las apariencias y las mentiras formaban parte integral de su personalidad.
Un estudio realizado en la Universidad de Southampton en el Reino Unido, estableció que una persona normal dice, en promedio, tres mentiras en una conversación de diez minutos, sin contar las omisiones y las exageraciones. Pienso que en ese sentido ella no era una persona normal porque ella había hecho de la mentira una condición para vivir. Así yo la percibía casi diariamente en nuestras sencillas y rutinarias conversaciones. Cuando me decía que algo no le gustaba la realidad era que nunca lo había tenido o no lo había tratado. Cuando me decía que le gustaba limpiar su casa todos los sábados antes de salir de su hogar, la realidad era que su madre la obligaba a hacerlo así. Cuando decía que le gustaba lavar los platos inmediatamente que terminaba de comer, la realidad era que su madre la regañaba si no la hacía. No asistía regularmente a la universidad a pesar de que salía todos los días de su hogar con ese propósito e inclusive yo mismo la llevé en muchas ocasiones (de ésto tuve conocimiento mucho tiempo después y se abundará más adelante). Frente a mi familia mimetizaba sus gustos a los de ellos para ser aceptada socialmente. Ella siempre fué la protagonista de su propia fábula La zorra y las uvas. Existía entre nosotros un mar de diferencias que yo pensaba que podíamos superar encontrando un estrecho que nos uniera, el estrecho de la verdad.
Ante mi confesión, su reacción fué pasiva, casi sumisa. No hubo sorpresa. Con una extraña seriedad se limitó a bajar la cabeza y escuchar. Aparentaba estar más atenta a sus propios pensamientos que a mis palabras. Aunque yo no sentía arrepentimiento, su expresión me alertó de que algo no estaba bien. Con la seriedad que ameritaba la situación terminé mi exposición y temeroso de recibir su rechazo me limité a esperar.
Tan pronto escuché sus palabras percibí que en su silencio lo que hacía era preparando un contra golpe. Fué como si pensara que esta era la oportunidad que ella estaba esperando para concluir algo que tenía pendiente de hacer. Con una evidente falsa indignación, levantando su cabeza pero sin mirarme a los ojos, sus palabras fueron, "Ya que tú me estas diciendo eso, yo también tengo algo que decirte". Entonces el silencio fué mío.
Las preguntas que me surgieron en la mente fueron: ¿Si tenía algo que decirme, porqué no lo había hecho antes? ¿Porqué una confesión por otra confesión? ¿Que relación tenía, si alguna, lo que ella me diría con lo que yo le dije? ¿Me dirá que también fuma marihuana? ¿Que la vendía? ¿Estaba aplicando ella la Ley del Talión? ¿Y si yo no hubiera hecho nunca mi confesión, tampoco lo hubiera hecho ella? ¿Que sentido de responsabilidad y naturalidad tienen sus palabras (confesión) cuando comienza diciendo "Ya que tú me estas diciendo eso, ..." ¿Significa que si yo no hablo primero, ella nunca lo hubiera hecho tampoco?
Las preguntas se acumulaban en mi mente. Cada nueva pregunta generaba una nueva duda. Si es cierto que una persona normal dice tres mentiras en diez minutos, ¿cuantas puede decir una persona que posee la habilidad del mimetismo? Si las personas mienten por omisión, ¿cuantas omisiones puede cometer una persona con amnesia selectiva?
La naturalidad de la conversación se perdió, ya no fluían las palabras, surgían poco a poco de manera forzada desde sus labios; con la cabeza arriba pero la mirada abajo. Cada palabra era cuidadosamente pensada. Mi silencio fué absoluto.
Todo tiene tres versiones: la tuya, la mía, y la verdadera. Sus palabras parecían la explicación de unos hechos anteriormente cuestionados, algo que yo no había hecho. Recuerdo con exactitud su expresión, su actitud, su tristeza (falsa). También recuerdo mi propia tristeza y mi desilución. Sentí que ese no era el momento apropiado para "explicar" y que ella traía ese tema "arrastrado por los pelos".
Resaltando su inocencia de juventud, me dice que cuando contaba con quince (15) años de edad y se encontraba estudiando en la Escuela Superior Dr. Pila, un día había salido de la misma más temprano de lo acostumbrado y se proponía dirigirse hacia su hogar caminando como lo hacía diariamente. Pero en esa ocasión sin ella esperarlo, su novio Papo, el policía, había ido a buscarla para llevarla hasta su hogar. Aceptando el transporte se sube al auto y se dirigen a su hogar en la Calle California. En el trayecto, él le informa que tiene que ir a ver a alguien (mencionó a un familiar conocido por ella) que se encontraba en el pueblo de Villaba. En esa época, por la distancia de ese pueblo y las condiciones de la carretera, el tiempo para llegar al mismo era de más de una hora y tiempo igual para el regreso. Inmediatamente él le pide que lo acompañe asegurándole que regresarán pronto; ella aceptó. Declarándose víctima por ignorante, contiúa diciendo que mientras se dirigían hacia Villaba, Papo decide entrar a un motel y la convence para pasar al interior de una de las habitaciones. Una vez dentro, él le pide tener relaciones sexuales y ella se niega. Insistente, él le informa que de allí ellos no salen hasta que hayan tenido relaciones sexuales, pero que ella no tenía que preocuparse, recordándole que algún día se casarían. Contó que accedió a tener relaciones sexuales con Papo ese día, y continuó diciéndome, "...Después de ese día, ocurrió dos veces más."
En un caso resuelto por el Tribunal Supremo de Puerto Rico, el Honorable Tribunal estableció claramente que "Un juzgador no tiene que creer cosas que nadie más crería". Esa maldita mujer estaba nuevamente poniendo a prueba mi estupidez. No tengo la menor duda de que ella, Ana Adelaida Rodríguez Pérez, fué víctima de violación sexual siendo una menor de edad. Ese hecho es condenable por la sociedad y por las leyes. Yo igualmente lo condeno. Pero también condeno la mentira. En su história sólo había una verdad, que había tenido sexo con Papo, el policía. Todo lo demás: cómo, cuándo, dónde, porqué, cuantas y cuantos, era mentira. Sólo estaba tratando de justificar la ausencia de su virginidad dramatizándolo y adornándolo con situaciones moldeadas a su conveniencia personal y fingiendo que desconocía que yo había descubierto la verdad con mis manos. Estaba quitándose la máscara, pero se estaba poniendo otra igualmente falsa. Se transformó de víctima a victimaria, de presa herida, a cazadora furtiva. Ahora la presa era yo; la víctima era yo.
¿Porqué doral la píldora? ¿Porqué tapar con frosty la mierda? ¿Cual era el propósito oculto? ¿Porqué involucrarme en su pasado dándome detalles (falsos), nombres y circunstancias? ¿Porqué tratar de minimizar mi reacción? ¿Porqué insistir en poner a prueba mi estupidez? ¿Cual era el propósito a largo plazo? ¿Porqué no mejor acusarlo a él de violación? (El delito no había prescrito). ¿Acaso a pesar de su falta de capacidad legal para consentir, estaba ella disfrutando lo que hacían?
Mi silencio ante sus palabras fué distinto al de ella cuando escuchaba las mías. Mi silencio era un grito que se atascaba en mi garganta y se escapaba húmedamente por mis ojos.
No recuerdo mis palabras luego de escucharla, pero ante su alegado arrepentimiento sólo pude decir lo que ella quería escuchar. Mis falsas palabras de consuelo tenían el propósito de contrarestar sus también falsas emociones. Finalmente salieron de mi boca las palabras que pusieron fin a la conversación, le dije que la perdonaba. Pero el efecto fué contraproducente. Escondimos el polvo debajo de la alfombra. Con su exposición sólo logró infectar la herida que ella misma me había causado. El amor que sentía por ella se transformó nuevamente, no volvió a ser el mismo. Su maquillado lenguaje, su manipulación y su por mí percibido falso arrepentimiento, causaron un efecto desorientador porque me dí cuenta que realmente yo no la conocía. Pero el efecto más inmediato fué perder la admiración que sentía por ella. Sin admiración no puede haber amor. Teníamos que comenzar de nuevo. Había que generar un nuevo punto de admiración para comenzar o permanecer en un amor desdoblado.
El perdón sólo sirve para hacer sentir bien a la persona que lo necesita. No basta pedir perdón. No basta expresar arrepentimiento. Hay que aceptar con humildad los errores cometidos. Hacernos responsables por nuestros propios errores es un proceso largo que no se resuelve con una confesión y una expresión de arrepentimiento. Tiene que fluir el sentimiento con nuestra naturaleza propia y alcanzar al ser divino que vive en nuestros cuerpos. Tiene que haber voluntad de cambios. No se puede repetir errores. No se puede tropezar de nuevo con la misma piedra y con el mismo pié. Tiene que haber credibilidad.
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