Otro día de alegría porque nuevamente compartiría con mi novia, la llamé por teléfono para notificarle que ya me encontraba en Ponce. En esa ocasión la encontré en un estado de agitación y estimulación que se reflejaba en su tono de voz. Obviando el saludo me manifiesta que fuera temprano a visitarla porque tenía algo muy importante que decirme. Curioso y preocupado llegué temprano al callejón California. Ya en su hogar salió al balcón con una expresión en su rostro de mucha seriedad y molestia (expresiones faciales de manipulación inherentes a su personalidad). Nos sentamos en los sillones del balcón y comienza a contarme una historia dramatizándola como víctima y tratando de crear suspenso, con un final felíz que me haría saltar de la alegría.
Tuvimos una larga conversación de la que sólo recuerdo los puntos sobresalientes; por eso la simplificaré. Comienza recordándome que ella me había dicho que tenía pendiente de finalizar una conversación con su anterior novio Alberto. Me dice que su madre nunca le aceptó ese noviazgo y ningún tipo de relación con ese individuo. En una ocasión él la visitó en su hogar y mientras conversaban sentados en el balcón, Doña Elena salió y lo sacó de la casa con violencia verbal y prohibiéndole a ella cualquier relación con ese reconocido narcotraficante. Por la dificultad que tenían de mantener su noviazgo, al menos públicamente, terminaron la relación pero dejando pendiente un tema de conversación. Ese día, antes de yo llegar a Ponce, su ex novio la llamó por teléfono y conversaron largamente el maldito tema que tenían pendiente y que nunca supe cual era. La conversación fué suficientemente extensa como para que su madre se percatara con quien era que su hija conversaba y con mucha molestia, Doña Elena interrumpe la conversación telefónica y armándole un escándalo la obliga a colgar el teléfono recordándole que le había prohibido cualquier contacto con ese mafioso. La reacción de mi novia fué de coraje, provocándole sentimientos de hastío hacia su madre.
Mientras mi novia Adeline me contaba esta situación, resaltándose como víctima inocente de una mala e incomprensiva madre, por mi mente pasaban muchos pensamientos que me confundían. Pero fué la decisión que ella tomó la que me hizo sentir como si me lanzaran contra el suelo.
Dramatizando con pausas y suspenso todo lo que me decía, sólo faltaba el repique de tambores cuando me dijo al final que, cansada de su madre, había tomado la decisión de {tambores y trompetas: ♪♫ tán tán tán tán tán tán ♪♫} irse a estudiar a Río Piedras. Completamente idiotizado con lo que estaba escuchando, quedé mudo mirándola fijamente a los ojos mientras ella esperaba alguna reacción de alegría de mi parte. Mi cuerpo quedó inmóvil tratando de asimilar toda la situación. Mis palabras de reacción no las recuerdo pero no fueron contradictorias a ella. Sin mostrar emociones, acepté su decisión y le dije que la ayudaría. El impacto que me causó escuchar esa historia y desenlace fué opacado por una revuelta de pensamientos negativos que invadieron mi siquis. No supe que decir, no supe que hacer, sólo fingí que aceptaba su decisión. Pero poco a poco se hizo evidente mi inconformidad y varios días después, en el proceso, me informó que desistía del traslado por varias razones, entre ellas porque según sus propias palabras, - ... no te emocionastes cuando te lo dije -.
¿QUE CARAJO? ¿Esperaba ella que yo saltara y bailara de felicidad porque había decidido estar más cerca de mí debido a que su madre no le permitía estar más cerca de su ex? ¿Me vió la cara de idiota? ¿De imbécil? Pues sí lo fuí, porque nunca le confronté esa decisión con la realidad. Pero ese momento mi hizo abrir los ojos por primera vez y comencé a pensar en ella de otra manera, a mirarla con otros ojos. Me había equivocado y temía reconocerlo. Dichoso el que nunca espera nada, pués jamás será decepcionado.
Esa diosa de belleza hechizera se convirtió en la única mujer en mi vida fuera de mi familia. Yo no tenía amigas, ni siquiera en la universidad; como guardia penal trabajaba sólo entre hombres; mis amistades de la bolera eran todos varones; mis amistades del barrio eran todos conocidos por ella, pués Madeline la mantenía informada. Mi tiempo se consumía entre mis estudios, mi trabajo y mi novia.
A pesar de la desilución que sentí en nuestro primer beso, el tiempo hizo que me acostumbrara a su veneno y hasta le tomé cariño a mis propios demonios: me gustaba presumir de ella entre mi familia y amistades; me gustaba cuando salíamos a compartir en actividades elegantes porque físicamente armonizábamos como pareja y nos gustaba que así lo reconocieran los observadores; el encanto que reflejábamos contagiaba el ambiente. Yo le cubría perfectamente las apariencias que ella necesitaba cubrir. Algunos estudios han demostrado que las mujeres parecen descifrar si un hombre es un buen complemento genético pensando que en el futuro eso sería bueno para sus hijos(as). Pienso entonces que es posible que, conciente o inconcientemente, ésta haya sido una de las razones complementarias por la que aceptó ser mi novia. Por mi apariencia personal, por mi ambición de estudios y mi arriesgado empleo en una agencia de seguridad del gobierno, yo resaltaba su imagen en un barrio donde todos la miraban con ojos diferentes, miradas de desprecio y chismorreo callejero que yo no comprendía. Pueblo pequeño, campana grande (en los barrios todo se sabe).
Pero como leona territorial, ella siempre imponía sus gustos y estilos, aniquilaba los míos y controlaba mis emociones. De esa misma forma imponía sus amistades y limitaba las mías.
Mi familia siempre socializaba en actividades dentro y fuera del hogar con vecinos, amigos y familiares. Esto fué para mí y mis hermanos una conducta aprendida. Visitar destintas playas o balnearios era una de las actividades familiares que realizábamos con relativa frecuencia. Esto se convirtió en un gusto personal que luego disfruté con mis amistades y más tarde en mi vida traté de disfrutar también con mi novia. Pero Adeline era distinta, diferente, opuesta, antípoda de mi naturaleza social. Ella nunca había visitado una playa (la Ciudad de Ponce no poseía playas recreativas) o balneario, de la misma forma que nunca aprendió a correr bicicleta o patines, nunca asistió a sus graduaciones escolares, nunca había visitado un cine, la bolera, el río, el campo, etc. Aprovechando esta situación y la oportunidad de que su madre en ocasiones le concedía permiso para que saliéramos juntos, comenzamos a compartir en grupo algunas de mis actividades favoritas. Mientras para ella estas eran nuevas actividades que disfrutaba, para mí el disfrute estaba directamente relacionadoal de ella. En la medida que Adeline tuviera mayor o menor control de cada situación, así también de mayor o menor era la forma en que ella disfrutaba las actividades y por defecto, el mío propio. Con manipulación mediática a través de actitudes negativas, lograba que yo cediera a sus gustos y deseos para evitar así discusiones que afectaban el buen compartir. Nuestra primera salida a la playa fué el más evidente ejemplo de estas acciones.
Habíamos acordado ir a la playa y organizamos un pequeño grupo para compartir en Playa Santa, Guánica. El grupo incluía a su hermana y su mejor amiga Madeline. Mientras nos organizábamos, ella decidió llevar un radio portátil para escuchar música en la actividad. Sin embargo se percató de que el mismo no tenía instaladas las debidas baterías para su funcionamiento y tampoco las tenía disponibles. Ante esta situación le pedí que llevara el radio y en el transcurso del camino me detendría a comprar las mismas. Así lo hicimos; mientras nos dirigíamos hacia la playa, nos detuvimos y comprámos (compré) refrigerios, cervezas, bocados y las correspondientes baterías para el radio musical. Al continuar nuestra ruta, ella instala las baterías, enciende el radio y comienza a sintonizar las distintas emisoras radiales musicales que nos entretendrían mientras conversábamos y continuábamos nuestra ruta ya que mi auto no poseía radio instalado. Al verificar las estaciones musicales comenzamos todos a opinar cual era la mejor para escuchar. Opinando sobre la variedad le sugerí que sintonizara una estación específica que yo consideraba que era la mejor opción. Argumentando entre todos las distintas opciones disponibles, el intercambio de opiniones se tornó un poco acalorado cuando ella se sintió en minoria de opinión. Esto me provocó ser más insistente y tomando el radio me dispuse a localizar una estación cuando repentinamente Adeline me lo arrebata bruscamente mientras con actitud olimpica grita, - El RADIO ES MIO -. De repente, dentro del auto hubo un silencio sepulcral que duró sólo algunos segundos pero suficiente para que se escucharan los gritos del infierno. No hubo más discusión, no más argumentos, no más opiniones. Todos escuchamos la música que ella decidió, en la emisora que ella decidió, conversamos otros temas y no se habló más de ese asunto. Muchos pensamientos cruzaron por mi mente tan rápido que no pude procesar ninguno para articularlo y expresarlo claramente sin ofenderla. Se hizo evidente su carácter y personalidad controladora, impositiva, posesiva. "El radio es mío" fueron palabras que nunca pude borrar de mi memoria porque ésta actitud se repitió cientos de veces a través de los años, haciendo que muchas memorias se fueran acumulando en mi ser. "El radio es mío" fueron palabras cargadas de egoísmo, arrogancia, control, posesión, individualismo, fueron palabras que donotaban poder olímpico, poder supremo, poder de los dioses, poder judicial, poder arbitrario. Estos espejismos de poder le impidieron ver lo que todos los demás pudimos observar en ese momento.
El que hecha el vellón, escoge la música. Uno de los pensamientos que llegó a mi mente fué arrastrame al mismo bajo nivel de ignorancia en el que ella se encontraba y con su misma actitud individualista responder:
Su única aportación a la actividad fué un radio sin baterías y una actitud egocéntrica. Así también transcurrió su vida en nuestra relación de más de veinte años; dando poco, ó nada, ó sobras, pero exigiendo pleitesía.